El extremismo en la teoría de la herradura o de la U

Julia Ebner[1] nos explica que, como formuló Jean Pierre Faye[2], el extremismo no es lineal, sino que los dos extremos pueden ser representados como las puntas de una herradura, en los extremos de la cual se hallan la extrema derecha y la extrema izquierda, de manera que ambas se encuentran entre ellas más cerca la una de la otra que del centro político[3]. Es, en el fondo, lo que la sabiduría popular ha expresado a través de la consabida máxima, de acuerdo a la cual, “los extremos se tocan”. 

Ebner aplica esta teoría al fatídico juego entre la extrema derecha europea y el islamismo. Antes de leer a esta joven y promisoria cientista política, no conocía esta teoría que es una de las pocas teorías políticas que nació en Alemania. No puede sorprender a nadie que haya surgido en la década de 1920, en que comunistas y nacional socialistas se enfrentaban violentamente en las calles y se “calentaban” recíprocamente. 

Durante la República de Bonn, la teoría reforzó el concepto del orden fundamental de libertad y democracia, alejado por igual del extremismo de izquierda, como del de derecha. Y vigorizó la llamado democracia protegida, militante o combativa, que se defiende por sí sola de sus enemigos y que no es “neutral”, ni nihilista, como critican algunos el sistema de gobierno de la demoracia liberal representativa. Crítica por lo demás que me parece, por lo menos, pasada de moda. 

La teoría de la herradura o de la “U” se encuentra dentro del espectro de teorías sobre el totalitarismo. Pienso que si bien no explica acertadamente qué se entiende por totalitarismo, ni por extremismo, ni tampoco por centro, sí aclara la dinámica entre los dos grupos extremos. Su análisis es más bien formalista, lo que me parece que no disminuye utilidad. No es pues, una explicación de contenido, sino más bien de la interrelación dinámica entre los extremos.

La teoría en cuestión presupone que el extremismo de izquierda tergiversa los valores de la izquierda y que el de derecha, hace lo mismo con los principios de la derecha o del conservantismo. Ambos extremos son una imagen distorsionada de lo que es la izquierda o la derecha o incluso el Islam. Como expliqué más arriba, los estudios de Ebner se centran en el tema islamismo, y comprueba que la teoría también se puede aplicar a la relación antagónica entre la extrema derecha europea e islamismo[4]

¿Cómo surge el extremismo y cómo logra imponerse en una sociedad? Antes que nada, se requiere una lógica de blanco y negro, como la que describe Timothy Snyder[5]: Hitler denostaba a todos sus enemigos como “marxistas” y Stalin, a los suyos, como “fascistas”. Ambos líderes -el Führer y el лидер- estaban de acuerdo en que no había una tercera opción[6]

Ambos extremos se condicionan recíprocamente y se retroalimentan, de manera que observamos un movimiento de agudización, de recrudecimiento y de agravación mutua. Me imagino algo así como el péndulo de Newton que estaba de moda hace algunos años, en que una bolita golpea a la otra y así sucesivamente en un movimiento perpetuo[7]

Mientras más crece un extremo, más crece también su antagonista. Y decrece necesariamente el centro. Puede haber un traspaso de un extremo al otro, lo que se ve muy a menudo. Sin embargo, lo más “normal” es que se debilite el centro y sus partidarios de vayan radicalizando cada vez más en medio de la polarización. La pinza o lumbre de la herradura es cada vez más delgada y las dos ramas laterales, más gruesas, a la vez que se van juntando los extremos.

Y mientras más se exacerban los espíritus y se agudiza la polarización, mayor es la exasperación y radicalización políticas[8]. En un clima en que hay sólo buenos y malos, queda poco espacio para el compromiso, para el diálogo sincero y tranquilo y el respeto a los demás. Donde sólo se admite el blanco o el negro, los tonos grises están de sobra. 

Los extremos siempre se han dirigido preferentemente contra los líderes y los sectores moderados, que han sido históricamente blanco predilecto del terrorismo, cuya relación con el extremismo es más que estrecha. Tanto más crecen los extremos, tanto más pequeña es la moderación, como si la templanza y la mesura no tuvieran ya valor. De alguna manera, se nos obliga a tomar partido y ese tomar partido es cada vez más radical, más extremo.

Se puede decir que ambos extremos ideológicos “cuentan la misma historia” pero desde los puntos de vista contrarios. Se trata de narrativos contrapuestos, del mismo espejo pero al revés. Muchas veces tienen incluso las mismas fuentes de inspiración o el mismo background filosófico. Pero han seguido diferentes líneas de pensamiento procedentes de la misma matriz. 

Usan las mismas formas de comunicación (primero fueron las redes sociales[9] y hoy, los canales de juegos). Su retórica y el objeto de su propaganda son jóvenes o no tan jóvenes -en Europa hablamos de un nuevo fenómeno llamado de “radicalización de los jubilados”- pero siempre incautos, generalmente los “perdedores” dentro de la sociedad, muchas veces gente con problemas psíquicos, a quienes los extremos ofrecen el paraíso en la tierra, la solución fácil a todos sus problemas. 

Se ejerce una especie de censura sobre sus crencias o acerca de lo que ellos dicen o escriben en sus medios de comunicación que usan en forma exclusiva. Esta es una nueva forma de inquisición que se cierne omnipresente y omnipotente sobre sus miembros y controla la ortodoxia extremista y sus planteamientos considerados sacrosantos. De pluralismo y de diferenciación, de respeto a la opinión de otras personas ajenas al grupo, de eso nada. 

Ambos grupos se parapetan dentro de medios de comunicación que sólo ellos utilizan y convirtiéndose en verdaderas cámaras de eco, donde escuchan sólo su propia voz y la de su grupo. Se desligan así de los demás y de la realidad, de los amigos, de los vecinos, de la familia, para convertirse en activistas políticos. (Conozco a gente que podría ser muy interesante si no hablara tan sólo de su tema político extremista favorito, como un verdadero activista absolutamente monotemático y muy aburrido).

Los extremistas se autodenominan la voz del pueblo, la voz de la calle, opuestos a “los de arriba”, a la “maldita elite”. En esto Trump dió un muy buen ejemplo, pese a que él mismo pertenecía a la elite del dinero (heredado), no de la inteligencia. Pero no conocen ni la calle, ni el pueblo, ni la realidad. Dicen ser el pueblo, pero son una minoría engreída y soberbia, que se cree superior sin serlo en absoluto. 

En su mundo cerrado, es muy fácil creer en teorías de la conspiración: en explicaciones fáciles del mundo y de la vida, de los procesos sociales y de las relaciones interhumanas. Paulatinamente, pierden así toda relación con el mundo real, se radicalizan, y se tornan insensibles e inaccesibles para el resto de los mortales, incluyendo a su propia familia y antiguos amigos. Parece que vivieran en un mundo paralelo. Se puede decir que, a partir de un problema de fe, se meten en un grave problema de gnoseología.

Un extremo se ubica frente al otro, en una especie de espejo, en que uno y otro se ven reflejados como en un black mirror. Lo que para uno significa convertirse en una víctima, se traduce en estigmatizar al otro como victimario. Ambos extremos se presentan a sí mismos como “las pobres víctimas”, a la vez que los rivales son demonizados como crueles victimarios. Hay un juego de suma cero entre buenos y malos. Nosotros somos los buenos y somos completamente buenos. En el otro extremo, están los malos y son completamente malos. Mucho del antiguo gnosticismo hay en esto. Nihil nuovo sub sole.  

Con demasiada frecuencia, al grupo extremista le interesa presentar la ideología contraria como si fuera expresión de la “normalidad” de toda la sociedad. Personajes y movimientos que no tienen importancia real se agrandan artificialmente, pasa hacer aparecer toda la sociedad como “el enemigo”. De ahí su exigencia de “tomarse” la sociedad, sin dejar ningún ámbito libre de ideología. Para mí, esto es un claro signo de su totalitarismo.

Muchas veces, los extremos utilizan experiencias reales de discriminación, de desigualdad, de racismo o de clasismo. La solución a tales situaciones no la ven en la tolerancia, ni en el progreso social, político o económico. En realidad, un mejoramiento real de las condiciones de vida, de salud, de trabajo, de educación y de igualdad es algo que no interesa al extremismo y lo tratan de evitar. Los extremistas de uno y otro signo ven todo avance democrático, social, político o económico como algo nocivo para su ideología, según la cual, nada mejorará mientras ellos no lleguen al poder. De ahí la eterna amargura y el resentimiento que los caracteriza. 

Mientras no se apropien de todo el poder y arrasen con sus enemigos y con todos los demás, incluyendo el centro político, el extremismo no cejará en su afán de siembra de odio, violencia y destrucción. Y esto, desde ambos lados del espectro político, o de la herradura, de acuerdo a esta teoría. Hay que salir de la zona de confort, dejar de lado la cobardía intelectual y tomar partido, pero nunca a favor de los extremos. Detener la espiral extremista y el proceso de polarización antes que él destruya la institucionalidad. Porque el sistema de libertad y democracia está muy arraigado, pero no es indestructible.


[1] Ya he hablado de esta investigadora en otras columnas: Julia Ebner

[2] Leo que en su obra “Langages totalitaires”, de 1972.

[3] Wut, pág. 193. Este libro fue publicado originalmente en inglés, bajo el título “The Rage: The Vicious Circle of Islamist and Far-Right Extremism”. Traducido al alemán: “Wut: was Islamisten und Rechtsextreme mit uns machen” y al italiano: “La Rabbia: Connessioni tra estrema destra e fondamentalismo islamista”.

[4] Terrorismo de derecha y terrorismo islámico, dos caras de la misma moneda

[5] Timothy Snyder en este blog

[6] Bloodlands, pág. 93.

[7] La frase de George Orwell en el prefacio de Rebelión en la granja: “la forma de pensar fascista tiene que ver con el ‘antifascismo’”, en mi edición, pág. 17. 

[8] Lo expresé en una columna anterior, referida a la situación en Chile: La polarización es el semillero del extremismo

[9] Especialmente Facebook que, de ser una red social, pasó a ser una red asocial.

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