El valiente soldado Adolf Hitler

El nacional socialismo intentó presentar a Hitler como un valiente soldado. Sin embargo, el examen de escritos, informes y oficios de su regimiento, y de las cartas de sus camaradas, revelan que la realidad fue bastante distinta. Descubrir la verdad sobre esta época no es un mero ejercicio intelectual irrelevante, puesto que la experiencia de Hitler durante la I Guerra es el mito fundacional del partido obrero nacional socialista[2].

En 1907, Hitler dejó su ciudad natal, Braunau con destino a Viena, para inscribirse en la Escuela de Artes[3], donde no pasó la prueba de ingreso[4]. Se dedicó entonces a pintar tarjetas postales que vendía en la calle[5]. Vivía en un hogar de beneficencia para hombres sin casa. En 1938, ya en el poder, Hitler hizo confiscar todos los papeles de su época en Viena y cambió retroactivamente su dirección a una residencia de estudiantes ubicada en un sector elegante de la ciudad, para ocultar que se había tenido que refugiar en dos hogares para hombres sin techo.

Estando aún en Viena, no se presentó al servicio militar obligatorio, sino que en mayo de 1938 huyó a Baviera para evadirlo. En la capital bávara continuó pintando tarjetas postales y cortó todo contacto con su familia y con los pocos conocidos que había dejado en Austria. Al parecer, su vida en Viena y en München fue solitaria. Ya en esa época, mostraba un desinterés total, una verdadera animadversión hacia las mujeres[6].

Las autoridades austriacas, lo ubicaron en München y el 18 de enero de 1918, fue apresado por la policía bávara que lo condujo al Consulado austriaco, donde fue conminado a someterse al examen de reclutamiento. Luego de la anexión de Austria por el III Reich, el canciller Hitler requisó todos los papeles que demostraban que había huído para evadir el servicio militar. El 5 de febrero de 1914, quien después sería el generalísimo de las tropas alemanas, fue examinado en Salzburgo y las autoridades médico-militares constataron que Hitler no era apto para el servicio de las armas.  

Ya iniciada la Gran Guerra, el 16 de agosto, Hitler se presentó como voluntario al ejército de Baviera. Si alguien se extraña de que un ciudadano austriaco de 25 años, declarado no apto para portar armas, haya sido aceptado para integrar las tropas bávaras, les puedo explicar: el hecho de que nadie haya preguntado por su nacionalidad, se debe probablemente a que nadie en Baviera sospechó que se trataba de un ciudadano austriaco[7]. Además, todo hombre era bien recibido si se quería enrolar[8] y los militares no hacían muchas preguntas. 

En “Mi lucha”, Hitler cuenta de una supuesta solicitud de admisión en el ejército bávaro que habría enviado al rey de Baviera el 3 de agosto y que el monarca habría resulto positivamente al día siguiente. Tal rapidez es no sólo inusual, sino que muy poco probable. No hay constancia alguna ni de una carta de Hitler, ni de alguna respuesta del rey. No es plausible que el soberano se haya molestado en responder la carta de un inmigrante sin relevancia social alguna. De un supuesto permiso del emperador de Austria, tampoco se sabe nada y es, sin duda, una mentira más.

Por otra parte, que Austria lo haya declarado no apto para el servicio militar y, poco después, Baviera lo haya aceptado, es perfectamente explicable debido a que, en el primero de los casos, se trataba de un servicio militar en tiempos de paz y, en el segundo, del enrolamiento en tiempos de guerra. Muchos de los declarados no aptos para portar armas en tiempos de paz, eran bien recibidos en tiempos de guerra[9].

En el ejército, había lugar para todos de acuerdo a sus capacidades o a sus incapacidades. Hitler no estaba capacitado para ser un soldado de primera fila; pero como ordenanza que llevaba las órdenes emitidas por la oficialidad a la tropa combatiente, era bien venido.

Hitler estaba realmente entusiasmado con la guerra. La soldada lo sacaba de su agobiante condición económica de pintor frustrado y de simple vendedor de postales. Existe una foto del futuro dictador, en el Odeonsplatz de München, en un acto patriótico realizado en la víspera de la declaración de guerra[10]. Aunque algunos dudan de la autenticidad de la imagen[11].

Hitler sentía una gran animadversión por el Imperio austro-húngaro, especialmente por el ambiente cosmopolita de Viena. Detestaba su multinacionalidad, su pluralidad étnica y religiosa y, sobre todo, odiaba el catolicismo de los Habsburgo. De ahí que no dudó un minuto en alistarse en Baviera, para que a los austriacos ni se les pasara por la mente llamarlo a servir a sus filas. 

A diferencia de los soldados de su regimiento, que vivieron un renacer religioso, Hitler tenía una posición muy crítica frente a la religión[12]. Los oficiales a quienes Hitler servía eran igualmente poco religiocos[13]. Los más antirreligiosos eran los médicos[14]

Hitler nunca “fraternizó” con los soldados enemigos durante la fiesta de Navidad y consideró reprobable que militares de diversos países hayan cesado el fuego y respetado la paz navideña[15]

Los soldados más sencillos no tenían nada en contra de sus pares en las filas contrarias[16], lo que también criticó duramente. En una de sus cartas, Hitler escribe contra el internacionalismo y “el mundo lleno de enemigos” que pretenden destruir a Alemania[17]. En esa misma carta, el futuro canciller se queja amargamente de la religiosidad de sus camaradas[18]

La mayor de las mentiras en torno al joven pintor se refiere a su supuesta particpación en el frente de batalla, en la tristemente célebre guerra de trincheras de la I Guerra. Hitler no estuvo en las trincheras. En su condición de ordenanza, permaneció durante casi todo el conflicto en la retaguardia viviendo con los oficiales de su unidad, en el cuartel (alguna casona requisada) que se hallaba varios kilómetros detrás del frente. 

Admiraba a los oficiales con los que convivía, anhelaba anticiparse a sus deseos, para así ganarse su beneplácito[19]. Tal como años más tarde, sus subordinados pelearían por adelantarse a cumpler todos los deseos del Führer. 

La instrucción del regimiento fue corta, sus uniformes estaban incompletos. A muchos de los soldados del Regimiento de reserva número 16 (RIR16) no les entregaron un casco, sino gorros de lana o de tela que se parecían mucho a los del uniforme de algunas tropas británicas, por lo que varias veces, fueron confundidos por sus mismos compañeros, y se convirtieron en víctimas fatales del friendly fire. El RIR 16 estaba, por así decirlo, al final de la escala de las unidades militares alemanas[20]

Llama la atención que Hitler haya pasado toda la guerra en el mismo puesto como ordenanza y con el mismo grado. Según el testimonio de algunos oficiales, esto se debe a que carecía en absoluto de cualidades de mando y no tenía talento alguno para liderar una unidad militar, por pequeña que fuese. Según ellos, el fururo Führer del pueblo alemán carecía de competencia social y le sobraba extravagancia y dejadez, que lo hacían incompetente. Hitler habría sido un pendenciero y un hombre que cree siempre tener la razón[21].

Para el joven austriaco, el regimiento bávaro, concretamente al cuartel donde vivía como ordenanza, se convirtió en su familia[22]. Tal era su soledad, que, cuando, entre 1917 y 1918 le dieron vacaciones, se fue solo a Berlín, donde no conocía a nadie. Las únicas cartas que escribió durante sus vacaciones, estaban dirigidas a sus camaradas del Regimiento. Sin embargo, ni siquiera visitó a las familias de los camaradas en München, debido a la repulsión que sentía frente a los sentimientos anti-prusianos de los bávaros y a su catolicismo[23].  

Al ordenanza Hitler le costaban mucho las relaciones sociales. Sus compañeros lo recuerdan siempre leyendo o dibujando solo en un rincón. El suboficial Karl Lippert lo describe leyendo a Nietzsche[24]. Hans Bauer dice que era un hombre triste y solo. Y otro camarada relata que pasaba su tiempo aprendiendo fechas históricas de memoria[25], un sinsentido. 

Su regimiento, o más bien, el cuartel del regimiento en la retaguardia, la unidad donde él sirvió durante el corto episodio de la república socialista[26] y luego el partido obrero nacional socialista se convirtieron en sucedáneos de su familia. Hitler no tenía amigos, tenía tal vez sólo conocidos, como la “casera”[27] de München a la que escribió algunas cartas desde Francia al comienzo de la guerra. Incluso hay quien sostiene que el regimiento fue su universidad[28]

Sin embargo, Hitler no fue una “creación” del Regimiento, como han sugerido algunos autores. Tampoco fue una creación de la guerra o de las circunstancias históricas. El historiador alemán, profesor de la Universidad de Aberdeen, Thomas Weber ha demostrado que la mayoría de sus compañeros de armas no se inclinaron ni hacia el nacional socialismo, ni hacia ideologías semejantes. Muy por el contrario[29].

El 5 de octubre de 1916 (y no dos días más tarde), Hitler fue herido por un trozo de granada en el muslo izquierdo. No fue herido en el frente de batalla, sino en el cuartel, dos kilómetros detrás del frente. Los enfermeros que los atendieron dicen que gritaba como loco pidiendo auxilio[30]. Este episodio parece ser el comienzo de la leyenda acerca del supuesto monorquismo[31] de Hitler. 

Es cierto que su regimiento perdió el 78% de sus hombres; pero esto ocurrió después de que Hitler herido había sido trasladado a un lugar seguro[32]. Cabe señalar que, de los ordenanzas del RIR 16 no murió ninguno[33], de manera que, se puede decir que el “trabajo” de Hitler, durante la guerra, no conllevaba demasiado riesgo.

En 1916, Hitler recibió una dosis no letal de gas mostaza. Fue trasladado a un hospital militar de reserva en Pasewalk. Pero no a la sección de oftalmología, sino a la de psiquiatría, donde fue tratado con el diagnóstico de “histeria” (concretamente, psicopatía con síntomas de histeria)[34]. Permaneció 28 días en Pasewalk, hasta el final de la guerra, después habría caído en una profunda depresión[35]. De manera que no estuvo en un hospital militar curándose de un ataque de gas mostaza británico, como trató de hacer creer la propaganda nacional socialista.

La condecoración que recibió, la Cruz de Hierro, primera clase, aparece como la prueba principal de la supuesta valentía de Adolf Hitler. Sin embargo, en realidad, no prueba nada: hasta el verano de 1918, con la cruz de hierro habían sido condecorados 51 mil oficiales y 17 mil suboficiales[36]. La Cruz de Hierro, primera clase generalmente no eran entregada a soldados que habían luchado en el frente, sino al personal del regimiento[37], tales como los ordenanzas. La condecoración no es prueba de su valentía, sino del largo servicio prestado a los oficiales en el cuartel.

Concluyo esta columna con la opinión de Alexander Moritz Frey, camarada del mismo regimiento RIR 16. Para él Hitler no fue ni un héroe, ni un cobarde. No fue un cobarde, pero tampoco un valiente. Para ser valiente, le faltaba la serenidad y la confianza. Frey cuenta que Hitler estaba siempre despierto -al acecho, diríamos en castellano- esperando la oportunidad para saltar… “Era un hombre doble, muy preocupado por sí mismo, su aparente camaradería era sólo un disfraz para hacerse popular, para ponerse a sí mismo en el centro del escenario”[38]


[1] Thomas Weber, “Hitlers erster Krieg”, 3a. edición 2015, Pág. 12. En adelante, citaré sólo las páginas, que se refieren siempre a la obra de Weber.

[2] Pág. 357.

[3] Allgemeinen Malerschule der Wiener Kunstakademie.

[4] En septiembre de 1908. Todas las fechas que menciono son de conocimiento público y aparecen en Wikipedia, cuya versión en alemán es absolutamente confiable.  

[5] Firmaba las postales como “Hittler”, con dos “t”.

[6] Hans Mend cuenta que Hitler y el soldado Ernst Schmidt eran amantes. Sin embargo Mend no es una fuente confiable, Pág. 185. 

[7] Al comienzo de la guerra, en el regimiento de Hitler, servía aproximadamente un 2% de soldados provenientes del extranjero, Pág. 16.

[8] Pág. 29.

[9] Pág. 32.

[10] El 2 de agosto de 1914. Alemania declaró la guerra a Francia el 3 de agosto. El 2 de agosto, había invadido Luxemburgo.

[11] Hitler mismo contó que había estado en tal manifestación; pero la veracidad con respecto a su vida no es demasiado grande.

[12] Pág. 74.

[13] Pág. 184.

[14] Pág. 82.

[15] págs. 88 y 89. 

[16] Pág. 93.

[17] Citado en Pág. 99.

[18] Pág. 102.

[19] Pág. 189.

[20] Pág. 35.

[21] Pág. 193.

[22] Thomas Weber dice que el cuartel se convirtió en un sucedáneo de familia, Pág.190. 

[23] págs. 170 y 171.

[24] Pág. 188.

[25] Pág. 189.

[26] A este otro episodio de su vida, me referiré más adelante en otra columna.

[27] Anna Popp, Pág. 44.

[28] Pág. 10.

[29] Ver especialmente el capítulo “Hitlers Kamps gegen die List-Veteranen: Anfang 1919-1933”.

[30] Lo llamaban Schreihals, esto es chillón o gritón. Pág. 210.

[31] Tener un solo testículo.

[32] 214. 

[33] 298.

[34] Pág. 295.

[35] Bernhard Horstmann, “Hitler in Pasewalk”.

[36] Pág. 285.

[37] Pág. 286.

[38] Citado por Weber, Pág. 139.

Martes 11 de septiembre de 1973

Muchos de nosotros recordamos, como si fuera hoy, el 11 de septiembre de 2001. Pero no hay mucha gente que pueda recordar lo que vivió el 11 de septiembre de 1973 en Chile, de partida, porque muchos de quienes lo vivieron, ya no están con nosotros. Del 9/11 puedo escribir en otra oportunidad; pero hoy quiero hablarles del 11 de septiembre de 1973. 

Aquel día, no teníamos colegio. No sé si debido a una huelga de profesores, de estudiantes o por alguna huelga general. En aquel entonces, una huelga se sumaba y se sobreponía a la otra. El descontento era generalizado y la situación social, económica y política ya no daba para más. No sé cuántos días habremos tenido clases en el colegio durante el año 73 o durante el 72, no creo que hayan sido muchos.

Sí, soy egresada del Liceo Manuel de Salas, donde pasé 13 años de mi vida. Durante mucho tiempo, pensé que habría preferido estar en otro colegio; hoy estoy feliz de haber estudiado en el colegio fundado por la gran Amanda Labarca, la gran feminista chilena, que entre 1910 y 1913, realizó estudios de postgrado en las universidades de Columbia, en Estados Unidos y La Sorbona, en Francia. Casada con un ministro de Justicia y de Educación del primer gobierno de Alessandri. Sí, detrás de cada gran mujer, hay un gran hombre.

Mi colegio era más bien de izquierda y durante la época de Allende, tuvimos incluso hijos de diplomáticos del Este de Europa. Recuerdo especialmente a dos niñitas húngaras. Pero ni aún la gente más de izquierda estaba feliz con el camino que iba tomando el país. El descalabro era generalizado y no un mero invento de la derecha. El desabastecimiento era horrible y no se debía a que la gente de derecha tuviera “acaparados” alimentos en sus casas. Según vimos durante esos mismos días en la televisión, el único que tenía su mansión llena de botellas de Casillero del Diablo, era el mismo Allende.

En aquel tiempo, tuve un pequeño accidente en el colegio. En el hospital, mi pediatra -también era un hombre muy de izquierda- nos confesó que no tenían material para tomarme una radiografía; pero que él creía que me había quebrado. Me pregunto si la gente de derecha también acaparaba placas para radiografías. 

Al volver del colegio (teníamos colegio en la tarde), pasábamos con mi mamá por algún supermercado (generalmente de la Avda. Irarrázabal) y mi hermano y yo, teníamos que ponernos en la cola y pagar como si fuéramos independientes uno de otro, y de mi mamá, que nos pasaba un poco de plata para pagar lo que teníamos que comprar. 

Debido al desabastecimiendo, apenas teníamos que comer. Yo escuchaba que el campo estaba destruido y que los asentamientos campesinos no producían nada. Que los campesinos “se habían comido las vacas”. Un poco la realidad que vimos años después cuando se desmoronó la cortina de hierro y fuimos testigos del desastre que era la agricultura en los países del socialismo real. 

Años antes, en el marco de un paseo de curso, habíamos visitado un asentamiento y nos habían asegurado que por fin “la tierra era para el que la trabaja”. Recuerdo a mi mamá conversando con la gente del asentamiento, entre esperanzada y escéptica. 

También recuerdo una invitación a conversar con ejecutivos de la Editorial Quimantú (la expropiada Zig Zag). Siempre me he preguntado porqué me invitaron a mí. Probablemente, estaban buscando gente para sus futuros cuadros dirigentes, como era costumbre en los países del socialismo real. Nos explicaron cómo funcionaba la editorial y nos regalaron comics de alto contenido político. Adoctrinamiento le llamaban entonces…

En el supermercado, algunas cajeras no nos querían vender los productos que queríamos comprar y que estaban racionados (prácticamente todo estaba racionado) porque decían: “ustedes se parecen, son de la misma familia”. O bien: “niños tan chicos no pueden comprar solos”. Como si los “niños tan chicos” no tuvieran que comer. Pero la mayoría de las veces, las cajeras hacían la vista gorda y nos vendían los alimentos que necesitábamos. 

Para colmo de males, había que comprar también para mi abuelita que, debido a su arteriosclerosis, no podía hacer cola. A ella, había que comprarle productos que en la licuadora de mi tía, se convertían en alimentos que hoy se llamarían algo así como “alimentos para astronautas” y que son los que dan a los ancianos en los hogares de viejitos más o menos buenos. El esfuerzo de mi mamá, de mi tía y mi tío en circunstancias tan adversas por darle la mejor atención a mi abuelita fue realmente encomiable.

Otra forma de acceder a productos alimenticios era a través de gente que militaba o que simpatizaba con los partidos de la Unidad Popular o UP. Mis papás recurrían a ellos, cuando podían. En la casa de una compañera de colegio cuyos padres pertenecían esta categoría (eran de izquierda, pero no por convencimiento, sino por craso oportunismo, después del 11 de septiembre “se dieron vuelta la chaqueta”[1]), descubrí una vez, escondida una escopeta o rifle (no sé cuál es la diferencia) que decía que estaba “Hecho en Checoslovaquia”.

Vivíamos en la mayor escasez, por lo que mis papás me habían dicho que pensaban irse de Chile -probablemente hacia Ecuador- en octubre de 1973. En las conversaciones que yo escuchaba, los adultos se quejaban de la falta de igualdad de la mujer en Ecuador. Mi mamá siempre fue muy feminista, en el mejor sentido de la palabra y la circunstancia de vivir en un país donde las mujeres fueran miradas en menos, no le agradaba nada.

Como en Chile tampoco había vodka, los astrónomos rusos que venían a Chile, traían botellas entre su equipaje. Para evitar que la aduana se las confiscara o tuvieran que pagar aranceles de ingreso, explicaban a los funcionarios chilenos en el aeropuerto, que los frascos contenían alcohol para limpiar el “eje óptico” de los telescopios. El eje óptico es un concepto abstracto, no se puede limpiar porque es inmaterial. Esto me lo contó riéndose mi tío, que era astrónomo en el Cerro Calán y que se llevaba estupendamente bien con sus colegas rusos. Me encantaba escuchar los discos que le regalaban. La mayoría de coros militares o que cantaban canciones patrióticas[2] o de los partisanos. 

A propósito, ¿qué será de “Los cosacos del rock”? Esa banda que arribó a Chile desde la URSS para que nos olvidáramos de los cantantes norteamericanos, ingleses o australianos y cuyos afiches se encontraban pegados por todo el centro de Santiago.

Ese día martes 11 de septiembre de 1973, por la mañana, mi papá no estaba en la casa. Como todos los días de su vida, incluyendo muchos sábados y domingos, había ido a trabajar. Como independiente, mi papá no podía ir a la huelga. Hablé de él en mi columna relativa a los 105 años del nacimiento de Kim Il Sung

Hacía buen tiempo, nos habíamos levantado temprano y estábamos afuera jugando y escuchando la radio del jardinero que también había ido a trabajar ya que, como independiente, tampoco podía darse el lujo de no trabajar. Las noticias se sobreponían una a la otra. No sé si esa mañana empezaron a transmitir en cadena o fue más tarde. No sé a qué hora fue el primer Bando, pero creo que fue más o menos temprano.

Aviones Hawker Hunter sobrevolaban al cielo de Santiago y ya habíamos escuchado en la radio que, si Allende no salía de La Moneda, la tendrían que bombardear, lo que sería muy lamentable. Le habían ofrecido garantías para salir primero del palacio de gobierno y luego del país. La Payita, su amante, ya había salido de La Moneda, con otros funcionarios. Pero Allende se negaba a ello. Más tarde, escucharíamos de su suicidio -corroborado por el Dr. Guijón- con el arma que le había regalado Fidel Castro, lo que no deja de ser altamente simbólico.

Entre tanto, en mi casa, el jardinero -un hombre pobre, de mediana edad, que venía a la casa en bicicleta, en la cual transportaba su máquina de cortar pasto- gritaba con la mano empuñada y señalando al cielo, a los aviones: “¡Mátenlo! ¡Maten al tirano!” Cada vez que pasaban les volvía a gritar “¡Maten al dictador! ¡Mátenlo ahora!”

Ese mismo 11 de septiembre, comenzó un periodo de estado de sitio, con toque de queda y todo. Luego de algunas semanas, el jardinero volvió a la casa, estaba feliz con el gobierno militar… Pronto comenzó a funcionar la economía y ya no había que hacer largas colas, ni que mentir en el supermercado. Se acabó el racionamiento y no tuvimos que comer más chancho chino[3]. Volvimos al colegio, se acabaron las huelgas. Teníamos que estudiar mucho, para recuperar toda la materia que había quedado sin pasar. 


[1] En Chile, tal expresión significa que se cambiaron de bando, se sumaron al banco contrario.

[2] Los rusos soviéticos eran muy nacionalistas y muy poco internacionalistas.

[3] Ayuda humanitaria que envió Mao Tse Tung al compañero Allende. Llamado también el alimento de la revolución.