El juego democrático de la alternancia en el poder

La alternancia en el poder consiste en la posibilidad de elegir a una persona distinta a la que está en el gobierno y es uno de los elementos esenciales del sistema democrático de gobierno. En efecto, el cambio de gobierno por medios pacíficos, y por tanto civilizados, es consustancial a la democracia[1]. Esta es la tesis que hizo popular a Karl Popper después de la II Guerra y contribuyó a cimentar el régimen democrático en todo el mundo frente a los innumerables ataques de sus enemigos.

En su obra de 1945 “La sociedad abierta y sus enemigos”, nuestro autor afirma que la interrogante de Platón sobre “¿quién nos debe gobernar?” no puede ser la pregunta principal, sino que tiene que ser sustituida por otra: “¿cómo podemos configurar la constitución del estado de tal manera que podamos deshacernos del gobierno sin derramar sangre?”[2]. No se refiere tanto a la posibilidad de instalar un gobierno en el poder, sino más bien a la de desinstalarlo.

Es evidente que no se trata de “deshacernos del gobierno en cualquier momento”, sino en el momento que estipule la constitución política. Hay un tiempo para gobernar y otro tiempo para elegir. Los gobiernos no son para siempre; pero, al cabo de uno, dos o tres períodos, lo más probable es que vuelvan al poder los que perdieron las últimas, las penúltimas o las antepenúltimas elecciones. Esto es parte del “juego democrático” o, hablando con Popper, en esto consiste la alternancia en el poder.

Con la seguridad y precisión que lo caracterizaba, el pensador austriaco-británico formuló sus tesis, según la cual “no importa quién gobierne, siempre y cuando puedas deshacerte del gobierno sin derramamiento de sangre”[3]. Es propio de un régimen democrático que el cambio de gobierno se efectúe en forma pacífica, que es lo mismo que decir “en forma civilizada”. Lo de “derramar sangre” puede sonar un poco cruento, pero no hay que olvidar en qué contexto y después de qué desastre escribió Popper su libro y formuló sus ideas.

Asimismo, es claro que “ningún dictador, ni aprendiz de dictador abandona jamás el poder voluntariamente. La alternancia en el poder es algo completamente ajeno a la mentalidad autoritaria y totalitaria”[4]. No hay que retroceder mucho en el pasado para encontrar ejemplos de perpetuación en el poder, basta mirar a Venezuela, Cuba, Corea del Norte, Rusia, Bielorrusia e incluso los intentos que ha habido en Bolivia y en los Estados Unidos.

Lo contrario de la permanencia es la alternancia en el poder, que no sólo es una condición indispensable de la democracia, sino conditio sine qua non de la libertad. En efecto, en el capítulo acerca de la libertad, nuestro autor escribe: “un estado es políticamente libre, cuando sus instituciones políticas hacen posible que si la mayoría de sus ciudadanos desea un cambio de gobierno, lo lleven a cabo sin derramamiento de sangre”[5].

En un régimen dictatorial, en que, por definición, la alternancia en el poder es imposible, los ciudadanos no pueden tomar libremente sus propias decisiones. En consecuencia, desde el punto de vista moral, su responsabilidad “disminuye”, por decirlo de alguna forma. O bien simplemente no son responsables de lo que el estado les obliga a hacer o a no hacer, por ej., en el caso de que la pena de muerte se aplique a decisiones que contradicen la línea oficial, como ocurría en Alemania nacional socialista y en los estados del llamado socialismo real[6]. Y hoy, en países como China o Irán.

La cuestión fundamental no es pues “quién debe gobernar”, sino si es posible un cambio de gobierno por medios pacíficos. Y no se trata tan sólo de cambiar un gobierno porque este sea malo o haya fallado en el cumplimiento de sus obligaciones y en el ejercicio de sus deberes[7]. El cambio de gobierno tiene que ser posible también cuando consideremos que su política no ha sido errada. No se requiere un gran fallo del gobierno para que sea sustituido por otro. Basta que una mayoría prefiera otra alternativa.

Es más, en el sistema parlamentario, muchas veces, el partido en el gobierno sólo sale debilitado de las elecciones; pero no es reemplazado. O sólo es relevado parcialmente, ya que puede aliarse con otro(s) partido(s) y permanecer en el poder. Incluso, en los países escandinavos, es común el gobierno de minoría. Perder una elección no es más que eso. No significa el ostracismo de quienes estaban en el gobierno, ni menos la cárcel, como vociferan algunos populistas hoy en día.  

En otras palabras, muchas veces, el gobierno ha sido un buen gobierno; pero la mayoría desea un cambio por las más diversas razones, tal vez, para poner más énfasis en otro aspecto de la política. O para llevar a cabo un programa nuevo de gobierno. Normalmente, las personas o los partidos o grupos políticos que hoy son relevados del poder por sus rivales, mañana serán nuevamente elegidos y encabezarán un nuevo gobierno. En esto consiste precisamente el “juego democrático” de la alternancia en el poder.  


[1] Cfr. Trump y la alternancia en el poder

[2] Karl Popper, Alles Leben ist Problemlösen, 4a edición, 1999, pág. 242.

[3] Segunda nota a pie de página de mi columna Trump y la alternancia en el poder.

[4] Trump y la alternancia en el poder

[5] La traducción es de la autora de esta columna. Popper, pág. 168.

[6] Popper, pág. 243.

[7] Cfr. Popper, pág, 223.