Un 28 de noviembre, pero de hace 200 años nació, en el seno de una familia acomodada, el filósofo alemán Friedrich Engels. Es el mayor de nueve hermanos. Su madre procedía de un linaje de intelectuales de Bremen y su padre, de una familia pietista de Rhenania. Simplificando un poco, podemos decir que el pietismo era algo así como el christian revival de la época y ésta, otrora importante tendencia dentro del protestantismo, es la antecesora de los evangelicales[1] de hoy.
Friedrich Engels padre era un rico industrial textil, cuya familia había hecho fortuna gracias al algodón importado de tierras lejanas. El mismo Friedrich hijo se convirtió en un acaudalado industrial textil, lo que le permitió financiar a Karl Marx, después de cuyo fallecimiento, editó los volúmenes segundo y tercero de su obra más famosa y menos leída: “El Capital”[2]. Engels fue un capitalista e hijo de capitalistas. Paradójicamente, las obras más emblemáticas de la revolución contra el capitalismo fueron financiadas con las ganancias obtenidas gracias al mismo sistema capitalista durante la revolución industrial.
Engels y Marx, son los co-autores del famoso Manifiesto Comunista, de 1848. Lo escribieron por encargo de la Liga de los Comunistas, una organización secreta sucesora de la Liga de los Justos y de la Liga de los Proscritos, ambas sociedades clandestinas. “Los justos” indica el complejo de elegidos y “los proscritos” nos da una idea del complejo de víctimas que sufrían estos revolucionarios de la centuria ante-pasada.
De acuerdo a las ideas de Marx y Engels, “la historia de todas las sociedades que han existido hasta ahora es la historia de las luchas de clase”. Supongo que todos conocen el materialismo dialéctico, según el cual, una sociedad ha ido sucediendo a la otra, al modo de tesis, antítesis y síntesis que pasa a ser la nueva antítesis. Los siervos de la gleba contra los señores feudales, de donde nace la sociedad burguesa, en la que la clase proletaria se enfrenta a los capitalistas y de ahí nacerá una nueva sociedad sin clases, conocida como el comunismo.
No deja de ser significativo que el mismo Friedrich Engels senior haya sido, según esta teoría, un mero y burdo capitalista. La lucha entre padre e hijo llegó a tal nivel que aquél obligó a éste a abandonar el colegio un año antes de terminarlo y lo obligó a trabajar como auxiliar en su empresa. Poco después, el hijo rompería con la tradición cristiana pietista de su padre y se convertiría en un acérrimo enemigo de todo lo que sonara a cristianismo.
Según la teoría de Engels y Marx, la lucha de clases acabará, inexorablemente en una sociedad sin clases o comunista. Esto es así, debido a que, en el curso de toda la historia, el proletariado es la primera clase oprimida que al mismo tiempo es la única clase que produce. Los capitalistas no producen, sólo viven del capital acumulado (Ley de la acumulación de Capital). Asimismo, la clase trabajadora es la clase a la que pertenece la gran mayoría de la población. De manera, que el proletariado necesariamente triunfará en la revolución social, según creían religiosamente, Marx y Engels a mediados del siglo 19[3].
Una sociedad sin clases, como la que emergería automáticamente de esta última revolución social, es una sociedad en que no existe ni una clase oprimida, ni tampoco una opresora. Se trata pues de la sociedad comunista a la que los dos autores se refieren en el “Manifiesto Comunista”. Obviamente, una sociedad sin clases es una sociedad sin lucha de clases, por lo que este será el fin de la historia. Con el advenimiento de la sociedad comunista, no habrá más opresión, ni habrá más guerras, ni luchas de ninguna especie. El poder del estado ya no será necesario y el estado se desvanecerá[4]. Será verdaderamente el cielo en la tierra. ¿Quién puede no desear algo así?
De acuerdo a la llamada Ley del Empobrecimiento formulada en “El Capital”, los proletarios serán cada vez más pobres y los capitalistas cada vez más ricos. A su vez, según la Ley de Concentración del Capital, los capitalistas serán cada vez menos. Esto conducirá a que los proletarios -que no tienen nada que perder, salvo su miseria- se rebelen en contra de los capitalistas. Se unirán con los proletarios de otros países y acabarán venciendo a los capitalistas y liquidando el capitalismo a nivel mundial.
Marx y Engels formularon sus teorías como si fueran leyes de la naturaleza. Según ellos, sus leyes tienen la misma validez, la misma fuerza y la misma veracidad, que las leyes de Newton u otras leyes de la física o de las ciencias naturales que, en aquel momento, comenzaban a conocerce, a descubrirse, a ser formuladas y/o a popularizarse entre los miembros de una sociedad europea cada vez más democrática e igualitaria y con más ansias de saber. En realidad, según la creencia de nuestros autores, esa sociedad democrática en ciernes, debería ser destruida como una mera fase de transición en la historia de la humanidad.
Estaban convencidos de que habían formulado “las leyes” de la historia. No podía haber una historia fuera de sus leyes, cuyo cumplimiento es inexorable: la historia se cumpliría como ellos la habían vaticinado, pasara lo que pasara. Es más, si su cumplimiento hacía necesario el llamado a la violencia[5] -lo que ocurre normalmente en toda revolución inspirada en el marxismo- se llamaría a la violencia sin dilación, ya que, “igual mueren a diario miles de proletarios debido al sistema capitalista”.
Creo que la violencia es lo contrario de la civilización. Incluso en el lenguaje común, cuando se dice que algo es civilizado, se refiere a que es pacífico, a que la violencia está ausente[6]. Nadie niega que las cosas cambian, que se perfeccionan; pero este cambio, en una sociedad democrática, civilizada y donde impera el estado de derecho, se hace en forma civilizada, esto es, pacífica, ausente de violencia. Por eso, no sin razón, generalmente se habla de la necesidad de una evolución y no de la revolución.
Roberto Ampuero cuenta que, en la Escuela Wilhelm Pieck, donde estudió marxismo-leninismo en la antigua República democrática alemana, “nos enseñaban que la filosofía de Marx era la única interpretación científica de la realidad. Constaba de dos partes: el materialismo histórico, la interpretación materialista de la historia que conducía a la construcción del comunismo, y el materialismo dialéctico, una supuesta visión del desarrollo de la naturaleza (…) Con esas leyes explicábamos toda la historia, el presente, el futuro y el universo completo”[7]. ¿Puede haber una peor arrogancia?
El tiempo demostró que las famosas leyes de la historia no eran tales. De partida, la producción de bienes benefició a los trabajadores que se vieron cada vez en mejores condiciones de adquirir los productos que ellos mismos producían y a menores precios. De manera que la famosa ley del empobrecimiento no se cumplió, sino que ocurrió exactamente lo contrario. Las clases más pobres son hoy mucho más ricas que antaño[8] y las diferencias son cada vez menores o casi no interesan, como ocurre en los países más desarrollados, civilizados o pacíficos[9].
A ello contribuyó de forma sustancial el progreso realmente científico, la sustitución del trabajo manual mediante la industrialización y después la automatización, la revolución tecnológica y sus aplicaciones en los procesos de producción, el proceso verdaderamente revolucionario que permitió a la mujer abandonar el duro trabajo de la casa… Todo esto fue algo que Marx y Engels ni siquiera imaginaron. La actual digitalización tampoco cuadra en ninguna de las tesis de nuestros autores.
Por otra parte, tampoco ha existido una dictadura de los capitalistas que según Marx y Engels, cada día serían menos. Como hace ver Popper, es imposible producir cada vez más bienes para cada vez menos personas[10]. Salvo que empecemos a vender a marcianos, venusianos o a habitantes de otras galaxias, la teoría no funciona. La democracia liberal no es considerada una mera fase de transición hacia el futuro comunista, sino que vino para quedarse.
En mi opinión, todas estas supuestas implacables leyes de la historia son el verdadero naufragio de un relato ideológico decimonónico, que resulta “incapaz de entender la ilimitada vitalidad (…) de un presente vertiginoso y fugaz”, luminoso, diría yo. En ellas, el “arcoíris del pluralismo, la libertad y el emprendimiento” se hallan completamente ausentes[11].
El marxismo y sus extrañas leyes de la historia y de la vida en general, me parece no sólo una anticuada doctrina superada por los hechos, sino también, una verdadera teoría de la conspiración, donde hay sólo malos y sólo buenos. Los buenos son los proletarios. Los malos son todos los demás: todos los demás son los capitalistas que no trabajan y poseen todo el capital. Los capitalistas cada vez serían menos y serían vencidos por los trabajadores que tomarían el poder y comenzaría un tiempo de paz y de amor, como nunca antes se ha visto en la historia.
¿Puede alguien hoy creer en algo así?
[2] En mi casa, estaban los tres tomos de “El Capital”; pero creo que nunca nadie los leyó. Eran casi dos mil páginas escritas en un vocabulario pseudo-científico propio del siglo 19. Invito a leer mi columna A 105 años del nacimiento de Kim Il Sung
[3] Invito a leer: Lenin y el estado opresor, represivo y explotador
[4] Invito a: La abolición del estado, según Marx, Lenin y Engels
[5] Acerca de la violencia revolucionaria, recomiendo leer De la violenta revolución que conduce a la dictadura del proletariado
[6] Acertadamente, Karl Popper identifica la paz con la civilización. Alles Leben ist Problemlösung, 4a. edición 1999, pág. 315
[7] Roberto Ampuero, Detrás del Muro, pág. 194. “Tres leyes regían la dialéctica materialista que recitábamos de memoria: la ley de la unidad y la lucha de los contrarios, la ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos, y la ley de la negación de la negación”. En otra parte, comenta Ampuero que el marxismo se aplicaba “mecánicamente, como receta, a la historia, la política, la estética, la sociología y hasta a la creación artística para alcanzar una visión supuestamente científica de la realidad”, pág. 193.
[8] Cuando yo nací, nadie en mi familia tenía un televisor. Con el tiempo, todos fueron comprando alguno, primero en blanco y negro y luego en colores. Hoy, ya casi nadie quiere tener un televisor, ya que un laptop basta para verlo todo. Hace algunos años, nadie en mi familia tenía un laptop. Hoy casi todos tenemos más de uno. Los productos elaborados son cada día más baratos y esto, desde hace ya muchas décadas.
[9] Hoy en día, dentro de ciertos límites culturales, la educación formal ha reemplazado a la posesión de bienes como símbolo de status, si se me permite hablar así.
[10] Cfr. Popper, pág. 312.
[11] Cfr. Ampuero, pág. 234 y siguiente.