A 105 años del nacimiento de Kim Il Sung, las fuerzas armadas participan hoy, en Pjöngjang, una gigantesca parada militar en honor del abuelo del actual jefe de la República democrática de Corea o, como generalmente se le denomina, de Corea del Norte.
En tiempos inmemoriales, durante mi niñez, en mi casa, Kim Il Sung era un personaje más en mi familia. En aquel entonces, mi papá editó sus libros en castellano. Eran libros de hojas muy delgadas, llamadas paradojalmente “hoja de biblia”. Así como los libros de Mao Tse Tung que hoy se siguen editando en China. Hace poco, un amigo mío, me trajo uno de regalo y siguen siendo como aquellos de Kim Il Sung, de tapa gruesa o de tapa “plástica” y hojas finísimas.
Sus letras eran igualmente finas y contrastaban con el papel un poco amarillo y delgadísimo de los libros. Parecía que, a fuerza de usar hojas finas, quiesieran escribir más en menos espacio.
Todos los libros de Kim -escritos teóricamente por él- tenían, al inicio, una foto del líder coreano. El presidente eterno tenía una cara redonda y gordita, anteojos y generalmente, una expresión seria; pero no se veía enojado. En las revistas, salía sonriendo, muchas veces, rodeado de niños o avanzando al frente de una multitud, generalmente los niños con una especie de traje de boy scout y los mayores, con uniforme estilo Mao. Todos sonreían. Avanzaban hacia el sol, hacia la luz, comandados por su führer.
El triunfo del socialismo, la felicidad, el paraíso en la tierra.
Su nieto y heredero del trono es Kim Jong Ul. Kim Jong-Un, a quien se atribuyen las mayores atrocidades, incluso frente a los miembros de su familia. De Kim Il Sung, nunca escuché nada malo, todo lo que hacía era bueno, era infalible. Sí, Kim era incapaz de hacer algo incorrecto y sólo quería el bien de su país y para toda la humanidad, por eso quería llevar sus enseñanazas a Chile y desde ahí y a través de sus libros, a todos los países de habla hispana. Kim se enfrentaba al imperialismo norteamericano y se alineaba dentro de los países comunistas, donde todo era mejor y más justo. No, no era más justo, era justo sin mezcla alguna de injusticia.
A comienzos de los 70, la empresa para la que mi papá trabajaba -o más bien, dirigía- editó en Chile, los libros de Kim Il Sung en castellano. Mi papá era -en ese entonces- gerente general y director de la imprenta y editorial Prensa Latinoamericana, o simplemente PLA.
Leo en un documento de 1953: “En la actualidad PLA se encuentra a cargo de Carlos Salazar Umaña, y ha dado comienzo a la circulación de una valiosa serie de producciones sobre los problemas de los países latinoamericanos”[1]. Yo no sabía que mi papá había comenzado tan temprano a cargo de la empresa editorial. Yo todavía no había nacido 😉
El investigador de la Universidad de Chile, Bernardo Subercaseaux escribe: “A comienzos de la década del 50, el partido socialista creo la Editorial Prensa Latinoamericana (PLA)”[2]. O sea que desde entonces, mi papá estaba a cargo de la editorial e imprenta socialista. Hay que pensar que una imprenta era, en esos años sin internet, mucho más importante de lo que puede ser hoy.
Mi papá venía de una familia conservadora, esto es, del Partido Conservador, del sur de Chile. Gente del campo, descendiente de encomenderos. Sencillos y trabajadores. Muy piadosos. Me consta que todos buenos para las matemáticas. Mi abuelo, su papá, había entrado incluso a la política, siendo alcalde de su pueblo. Un ex-intendente de Concepción (en la década de los 80, era demócrata cristiano) me contó que lo había conocido en su cargo político.
Mi papá fue el único -que yo sepa- que se atrevió a irse a estudiar a Santiago, con todo el desarraigo que para un joven de provincia significaba en ese entonces, sin los medios de comunicación de que disponemos hoy. Y tal vez, sin la seguridad y la personalidad de los jóvenes de hoy. Demasiado influenciables por personas y por ideas. Sin el saludable espíritu crítico de los jóvenes de hoy.
En Santiago, dejó la fe cristiana y abrazó los ideales socialistas, de igualdad y de justicia social, de revolución y de amistad sincera con algunos compañeros que igualmente, se decidieron por seguir el camino del socialismo. Cuando hablo de socialismo, no hablo de social democracia, sino de socialismo marxista de entonces.
Gracias a los libros editados en PLA, mi familia tomó contacto con los norcoreamos. Incluso yo salí en la televisión de Corea del Norte. Sí, un sábado en la tarde, un equipo de la televisión coreana llegó a mi casa (en una parcela de La Reina, muy cerca de la cordillera o a los pies de la misma). Yo había visto programas de televisión ingleses en que se mostraba cómo vivía una familia inglesa y pensaba que los coreanos harían un reportaje así de nosotros: cómo vivía una familia chilena.
La verdad es que todo fue muy diferente. De partida, yo traje a mi perro (un ovejero alemán de nombre Barón) y se los mostré a los coreanos, yo pensaba que ellos me filmarían con mi perro. Que lo encontrarían una excelente idea y que quedarían fascinados con él. Después de todo, era un miembro más de la familia… En esa época no tenía idea que los coreanos tienen una relación bastante distinta con los perros.
Los miembros del equipo de la televisión coreana no sólo no se interesaron por mi perro. En realidad, sólo les interesaba una cosa: llegaron y quitaron todo lo que estaba encima del escritorio de la casa y pusieron sobre la mesa un libro de Kim Il Sung. Filmaron a mi papá leyendo el libro y subrayando algo con un grueso lápiz en el texto. Eso era lo que querían mostrar: a Kim se lo lee en todo el mundo, incluso en Chile.
En mi casa, comenzaron a aparecer lapiceras y plumas norcoreanas. De color plomo y de una ínfima calidad: no escribían y se desarmaban de solo mirarlas. También había un marco redondo de metal con una foto de Kim que mi mamá sustituyó por una foto mía 😉 También raros y pintorescos licores, con raíces o serpientes adentro de la botella. Bellas revistas de colores intensos y de muchos niños sonrientes.
Tal era el culto a Kim que, en cierta oportunidad, mi papá llegó a la casa contando que habían tenido que elegir una foto de Kim para un libro (como les conté, en cada uno de sus libros aparecía una foto suya). Por diferencias de idioma -ya que los coreanos apenas hablaban castellano y mi papá no hablaba coreano- no captaban que debían decidirse por una foto. Mi papá tomó un lápiz (desconozco si uno coreano o un simple BIC que eran los que usábamos en Chile o la tradicional pluma Parker de mi papá) y tarjó una a una las fotos que a él le parecían mal, dejando una sola sin tarjar.
Esta acción perturbó terriblemente a los coreanos que escondieron todas las fotos tarjadas y, en medio de una gran alteración, le dijeron que no le contarían a nadie lo que había hecho; pero que, por favor, no lo hiciera nunca más, ni se lo contara a nadie. Lo que había hecho era muy malo y sin duda, en Corea del Norte, no hubiera llegado muy lejos después de hacer algo así.
Tiene que haber sido en 1970 o 71, cuando mi papá dejó Prensa Latinoamericana y se independizó como empresario. No supe más de los coreanos, supongo que siguieron protegidos por su inmunidad diplomática. Nosotros seguíamos vivíendo en La Reina, en un sector de gente sencilla y de gente “con más plata” pero igualmente sencilla. Había muchos extranjeros en mi sector. Todos muy outdoor. Crecí jugando baseball (tratando de entender el juego 😉 ) con norteamericanos, con sus pelotas de football y andando en bicicleta con alemanes, algunos de ellos, mitad chilenos.
Cerca de mi casa, vivía una familia de campesinos, de esos que se habían quedado allí, pese a que la gentrificación avanzaba y cada día era más la gente que construía una piscina en su casa. Muchas veces, les fuimos a comprar leche de vaca. Los conocíamos. Yo era super chica, pero hay cosas que te quedan grabadas para siempre. Era la época de las tomas. Dos jóvenes de la familia, dormían en carpa en la parcela, ya que temían que viniera algún grupo revolucionario y se las tomara. Supongo que, si llegaban, les dirían: “Nosotros somos pobres como ustedes. Somos del pueblo. Vayan a tomar los fundos de otra gente. No nuestra parcela”. O algo así.
Una noche, llegaron hombres nuevos y simplemente los mataron. “No nos pararán”, pensaban seguramente. El crimen quedó impune. Pero la Televisión Nacional -en manos del gobierno- dijo… en realidad no sé bien qué dijo exactamente; pero culparon a otras personas o hablaron de los asesinados como antirrevolucionarios culpables de su propia muerte o algo así. Mis papás no podían creer lo que decía la televisón, los periodistas del pueblo eran incapaces de defender a la gente pobre, a su propio pueblo. De decir la verdad.
Mi papá -conocido dentro del Partido Socialista- llamó a uno de los mandamases del canal, para decirle que él conocía a los chicos asesinados y que lo que la Televisión Nacional había dicho de ellos era equivocado… Su “amigo” lo cortó en seco y le dijo: “Carlitos, quédate callado, sino el próximo muerto vas a ser tú”.
Cuando te dicen algo como esto, sabiendo que te lo está diciendo en serio y que te lo dice alguien en quien tú tenías cofianza y que considerabas tu amigo o, al menos, tu conocido, tu correligionario…. Debe ser una sensación bien terrible. Mis papás pensaron -como tantos otros chilenos- en huir del país y se puede decir que, en 1973, tenían las maletas hechas.
A comienzos de los años setenta, mi papá comenzó a cambiar de ideas. Como muchos otros izquierdistas empezó a convencerse que el partido y el gobierno habían perdido la oportunidad de hacer algo bueno por los pobres. Algunos de sus amigos decían que habían traicionado la Revolución. Esto lo escuché yo también -alguna vez- en el colegio. Es un poco, lo que se dice en Europa: “la revolución se come a sus hijos”.
A propósito de colegio, mi mamá me dijo alguna vez que yo, con las habilidades que tenía, debería estar en un colegio como los de Corea del Norte, donde los niños eran apoyados y se fomentaba sus habilidades y aptitudes. Eso era lo que hacían pensar las revistas que nos regalaban los norcoreanos, los mismos que consideraban a mi mamá “una señora muy bonita”.
Pucha, si mi mamá hubiera sabido cómo realmente era la vida en Corea del Norte ya en ese entonces… Pero claro, en ese entonces nadie lo sabía muy bien. Menos mal que nunca me fui a Corea del Norte a los supuestos colegios ejemplares de ese país. Una amiga mía me dice en broma que yo sería o bien embajadora de Norcorea o estaría en un campo de trabajo forzado… Una de dos.
[2] EDITORIALES Y CÍRCULOS INTELECTUALES EN CHILE 1930-1950
Cfr.: del mismo autor: Historia del libro en Chile (alma y cuerpo), pág. 50.