Como prometí la semana pasada, continúo con el tema de los parecidos entre la ultraizquierda latinoamericana y la extrema derecha europea
Lo que los extremistas de ambos polos más anhelan, es la polarización dentro de la sociedad, que es lejos el mejor caldo de cultivo para todo tipo de extremismo. Se puede decir que la crispación social es el peldaño que conduce al extremismo. Extremismo que se nutre y a la vez alimenta la polarización social y política, que acaba por hacer imposible la convivencia pacífica y termina por destruir la sociedad libre y democrática. “La polarización es el semillero del extremismo y ambos se retroalimentan”[1].
En la sociedad democrática, los distintos partidos políticos buscan el consenso e intentan lograr compromisos en las diversas materias. Compromisos que son muchas veces, arduamente elaborados en largos procesos de diálogo y de entendimiento. Demás está decir que, para los extremistas de una y otra tendencia, el diálogo y el entendimiento están demás y se descalifican como “debilidades” propias del liberalismo que tanto detestan.
Por el contrario, la pacificación es el mayor enemigo del extremismo, ya que en una sociedad pacífica y libre de luchas callejeras, de incendios y de manifestaciones de violencia, el extremismo nada puede lograr. La democracia es, por definición, un sistema pacífico de gobierno y es lo que los extremistas más combaten. Ellos son felices[2] en medio de disturbios, de bombas, de atentados y de todo tipo de violencia, agitación callejera y opresión en general.
Para los extremistas, existen “los buenos” y “los malos”, en esto se parecen a los antiguos gnósticos, además, porque creen no sólo conocer, sino que también poseer la verdad, que ellos proclaman como única y sin alternativas. Los buenos son sólo ellos y los malos, son todos los demás. ¿Puede haber mayor arrogancia? Ellos nunca se equivocan, no hacen nada malo, no cometen ningún error, son realmente prefectos. Me recuerda aquel refrán del antiguo bloque socialista “el partido tiene siempre la razón”.
En este tipo de pensamiento cerrado y totalitario, el diálogo y la búsqueda del entendimiento y el compromiso no tiene cabida en absoluto. Los extremistas son gente que ve todo en blanco y negro y no capta que la mayoría de las cosas son más bien grises. Algo -o mucho- de gnosticismo pseudo religioso hay en todo esto: nosotros somos los elegidos que conocemos la verdad y hacia donde va la historia y por eso, lo que nosotros decimos es la verdad que debe ser impuesta a todos los demás, pobres ignorantes que la desconocen.
Efectivamente, los extremistas de izquierda y de derecha creen saberlo todo, tienen una opinión precisa y ya formada sobre cada ámbito de la realidad, de la vida, de la muerte, de la economía, del derecho, de la educación, de la historia, del arte y hasta del deporte o de la forma de vestir. Ridiculizan las opiniones o incluso las dudas de las personas que no son parte de su grupo. ¿Está demás decir que, para ellos, no existe la duda? La duda, que es el origen de la filosofía moderna[3] está ausente de sus planteamientos. Parece que ellos bebieron la sabiduría con la lecha materna. De humildad, nada…
De empatía, tampoco. Descalifican a la gente que se les opone o que tiene una opinión diferente a la de ellos. Mucho de egomanía y de narcisismo hay en la masa extremista y especialmente, en las personalidades de sus jefes y jefas. Les gusta escucharse a sí mismos, pero de escuchar y entender a los demás… de eso, nada. En un ambiente de polarización, de crispación, de antagonismo total, es muy difícil tener “buenas entendederas” para comprender a los demás.
¿Para que enteder a los demás, si ellos, ya lo saben todo? Existe un notorio paralelo con los antiguos compañeros del marxismo-leninismo, que sabían todo lo que ocurriría en el futuro. “El futuro es nuestro” claman tanto quienes sueñan con un nuevo cesaropapismo, como con una nueva dictadura socialista. Quién sabe qué otros sueños espúreos pasan por tantas mentes descontroladas. Son sueños para ellos, pero son pesadillas para todos los demás.
Por otra parte, el extremismo es hijo de la conspiranoia. En efecto, a nadie puede sorprender que en grupos extremos pululen las teorías de la conspiración, las explicaciones fáciles de la realidad compleja que se creen religiosamente y se proclaman como la realidad. El suyo es un pensamiento irracional, acientífico, cuasi religioso o más bien, claramente supersticioso. Una persona que cree saberlo todo es o un necio o es adepto a alguna superstición o conspiranoia.
Anhelan la destucción del enemigo. La suya no es una competencia de ideas, de proposiciones, ni siquiera de modelos. El triunfo del extremismo tiene el sello totalitario de la irrevocabilidad. Lo que los extremistas pretenden imponer a la sociedad no tiene vuelta atrás, es parte de un proceso irreversible. Una vez que entramos en él, no podemos retroceder. Esta es una de las raíces de su profundo sectarismo, de su “nosotros contra todos los demás”. Y esto, incluso cuando son o cuando han sido mayoría.
Sí, descalifican a todos quienes sostienen una opinión diferente a la suya, ya que ellos se autoconsideran los dueños absolutos de la verdad o los poseedores de la verdad absoluta, que administran a su antojo. Frente a los contendores políticos, sólo hay sarcasmo, ironía, risa burlona. La frase del Presidente Biden, “We may be opponents, but we are not enemies”[4], no tiene sentido para ellos.
Su retórica agresiva descalifica y ridiculiza al interlocutor[5]. Sí, la burla, la mofa, la estridencia es lo suyo. Del respeto, esencial a la democracia, hay poco y nada. Ese estado de cosas, hace que la vida y la convivencia social sea realmente imposible. Generalmente, de los países que caen en este estado de crispación, huyen los mejores cerebros, precisamente hacia países democráticos y pacíficos.
Así se llega finalmente al desmoronamiento de la democracia, que supone la demolición de sus instituciones más caras e insustituibles[6]. Todo esto ocurre poco a poco, en un proceso que los extremistas consideran irreversible, por lo que cualquier intento de hacerles frente y de dar la cara en defensa de la institucionalidad es considerado un acto contra la “nueva verdad”, que no está permitido poner en duda bajo ninguna circunstancia.
Continuará…
[1] La polarización es el semillero del extremismo
[2] Si es que se puede hablar de “felicidad” en tales circunstancias.
[3] La duda cartesiana.
[4] “We may be opponents, but we are not enemies”
[5] En Extrema derecha y liberalismo, mencioné la retórica agresiva como uno de los elementos del extremismo o populismo de derecha.
[6] La frase de Felipe Berríos: “en los saltos sin las instituciones ganan los prepotentes, gana la extrema derecha o la extrema izquierda”. Ver La polarización es el semillero del extremismo