“Soberano es quien decide sobre el estado de excepción”

Uno de los aforismos de Carl Schmitt más citados es aquel con el que comienza su librito “Teología Política”[1] (la primera edición es de 1922, en plena República de Weimar): “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción” o en el original alemán: “Souverän ist, wer über den Ausnahmezustand entscheidet”.

Es una de las frases más conocidas y también una de las más enigmáticas. Si la leyera aislada, sacada del contexto en que fue escrita, podría decir que no significa otra cosa, sino la simple comprobación que, para evitar el caos provocado por una situación excepcional y de acuerdo a la Constitución vigente, el Legislador, el Ejecutivo o alguien que el mismo texto constitucional determine, puede decretar el estado de excepción (de catástrofe, de emergencia, de sitio o del tipo que sea) para evitar que la situación se vuelva insostenible y para “salvar” el estado de derecho. En un contexto constitucional como lo conocemos, el estado de excepción significa que se pueden restringir algunos derechos fundamentales; pero no todos, generalmente es limitado en el tiempo, y tiene un sinnúmero de restricciones que evitan que se quien ejerce el poder actúe en forma arbitraria. En el capítulo primero de su librito, el mismo Schmitt aclara que no se refiere a esto.  

La famosa frase de Schmitt expresa una idea mucho simple. El poder soberano, en todos y cada uno de sus actos, no se encuentra sometido a ninguna ley. Ni en el tiempo, ni en el espacio. Ninguno de sus actos estaría restringido por nada anterior, ni superior, ya que, si así fuera, el soberano no sería soberano. Se entiende por soberano el poder que no tiene ningún poder por sobre el suyo -explica-. Esto es, un poder ilimitado. Para aclarar este concepto, cita a Jean Bodin, el teórico del absolutismo, del siglo XVI.

Schmitt, un hombre que se las da de católico, de conservador, de anti-ilustrado, de anti-liberal, parece que no conoce en absoluto la tradicional doctrina católica. En 1er año de derecho, aprendí lo que decía Isidoro de Sevilla, el gran filósofo-jurista-sabio del siglo VII. Isidoro explica que el príncipe no está por sobre la ley, sino que está siempre sujeto a ella. “Los príncipes deben someterse a sus propias leyes y no podrán dejar de cumplir las leyes promulgadas para sus súbditos. Y es justa la queja de los que no toleran que se les permita algo que le esté prohibido al pueblo”[2]. Isidoro llega más lejos y dice que no es príncipe quien no se someta a las leyes[3] [4]. Exactamente lo contrario de lo que sostiene Schmitt.

De acuerdo a Schmitt, el “soberano no está sujeto a leyes, ni a constituciones, sino que está por sobre ellas y puede tomar las decisiones sin sujetarse a ellas”[5]. En uno de sus artículos más conocidos y por el que recibió la denominación de “jurista de la corona” del nacional socialismo[6], señala que “el Führer crea el derecho en el mismo momento: lo que él dice es derecho y se aplica de inmediato. Lo crea ad hoc, para la ocasión”[7]. No sé por qué pero me parece que el soberano y el Führer se parecen tanto que casi se identifican…

Debido a esta forma de concebir el derecho, se entiende la animosidad de Schmitt frente al positivismo jurídico de Kelsen y de otros, que presentaban la ley escrita, la ley positiva, como la norma que debería regir a todos y no dejaban cabida a creaciones jurídicas “libres” por parte de un supuesto Führer que podría dictar derecho para cada ocasión, basándose en quién sabe qué profundidades de la mentalidad del pueblo[8]. Para los positivistas de la República de Weimar, lo único que debía regir el sistema jurídico, era la norma escrita clara y positivamente y no interpretaciones más o menos esotéricas que iban más allá de lo que decía la ley.

El estado de excepción schmittiano es un estado inherente al soberano, que siempre se halla en estado de excepción cuando legisla o cuando decreta, cuando toma una decisión, cualesquiera que ésta sea. Incluyendo la de ordenar el asesinato de sus opositores, como lo que ocurrió durante la llamada “noche de los cuchillos largos”[9], decisión de Hitler que Schmitt defendió en el citado artículo “El Führer defiende el derecho”[10]. En mis oídos suenan las palabras con que Waldmar Gurian sintetiza el pensamiento de Schmitt acerca del Führer: “Da lo mismo lo que él haga, siempre será derecho”[11].

En cada norma jurídica o acto judicial, Schmitt ve el poder del soberano. Ese poder primigenio en el tiempo y en el espacio sobre el cual nada existe. La norma jurídica viene al mundo por una decisión del soberano y es derogada igualmente por este poder máximo. Si el soberano quiere romper con el derecho anterior, contradecirlo, nada obsta para que lo haga. Después de todo, él decide. El soberano está por sobre el derecho, o más bien: es el derecho. A su antojo, lo erige y lo deroga. Resumiría así lo que Schmitt entiende por decisionismo.

El decisionismo me recuerda al criticado voluntarismo: lo que es la voluntad profunda del pueblo, eso es ley. Pero aquí el pueblo es reemplazado por el Führer, el líder máximo, el guía rector del pueblo y del estado. Generalmente, en círculos conservadores entre los que Schmitt sigue siendo muy popular, se critica el pensamiento liberal e ilustrado como simple voluntarismo. Bueno, esto es lo mismo, pero al revés.

Durante la época de Weimar, hubo una disputa entre los decisionistas y los integracionistas. Estos últimos, encabezados por el profesor de la Universidad de Berlín, Rudolf Smend, sostenían que el derecho no es algo aislado de la sociedad, sino que se integra en ella y recibe impulsos y contribuciones de sus miembros, por ej. de los expertos en la materia a legislar. El decisionismo de Schmitt prefiere confiar en una persona, en un Führer, que “decida” él solo, en vez de integrar a la sociedad en la toma de decisiones.

Volviendo a la idea inicial, el famoso aforismo de Carl Schmitt que comentamos y que da nombre a este artículo, significa que por encima del soberano no hay nada ni nadie que limite su decisión, ni al dictar, ni al deorgar la norma jurídica. Ni ley positiva, ni la ley natural, ni Dios, ni la Constitución, ni los derechos fundamentales. Nada. El soberano decide sobre la excepción no tiene límite, ni está sujeto a ley alguna, ya que, como dice en el primer capítulo de la misma “Teología política”, “para crear derecho, no necesita tener derecho”[12]. No sin razón, explica Steinbeis que “Schmitt veía en la política la guerra civil y el estado de excepción por todas partes”[13]. Por algo se llama a Schmitt el “teórico del estado de excepción”.

Nada más alejado a la idea que tenemos acerca del estado de derecho en nuestras sociedades civilizadas, en que el orden jurídico nos rige a todos, no sólo a los gobernados, sino sobre todo a los gobernantes, lo que garantiza que el capricho y la arbitrariedad de quien sustenta el poder no aterrorice a la sociedad, sino que sea el mismo derecho, claramente establecido, público y conocido por todos quien guíe la acción del estado. Es bueno vivir en una sociedad así, en que cada uno, cada una sepa a qué atenerse, conozca sus derechos y sus obligaciones y los de las autoridades. Y pueda recurrir a los tribunales libres e independientes para que estos diriman los conflictos conforme a derecho. Nada de ello existe en el mundo de Carl Schmitt, quien sostenía incluso que el Führer era el juez supremo[14].


[1] De 1922. Tengo a la vista la novena edición, editada el 2009.

[3] Ver mi artículo La doctrina del derecho de resistencia en la filosofía política hispana tradicional, en la Revista de Derecho Público de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.

[4] Me sorprende aún más que importantes estudiosos “católicos” conservadores, especialmente en el mundo latino, sientan una extraña atracción por Carl Schmitt. No sólo porque sus ideas poco y nada tienen que ver con las enseñanzas de la Iglesia católica, sino porque le son contrarias. Opuestas. Además, Schmitt fue un hombre que atacó y renegó de la Iglesia por el tema de su matrimonio.

[6] Invito a leer: ¿Fue Carl Schmitt un nazi?

[9] La serie de asesinatos por encargo de Hitler entre el 30 de junio y el 1° de julio de 1934. Se conoce el nombre de 90 personas; pero los investigadores hacen ver que los asesinados fueron 150 a 200.

[10] Ver mi artículo El Nuevo Orden según Carl Schmitt, en Die Kolumnisten.

[12] “die Autorität beweist, dass sie, um Recht zu schaffen, nicht Recht zu haben braucht”, Politische Theologie, pág. 19.

[13] “Schmitt sah in der Politik überall Bürgerkrieg und Ausnahmezustand”, en Dezision oder Integration: Carl Schmitt vs. Rudolf Smend, de Maximilian Steinbeis

[14] “El Führer no sólo es el guía y está a la cabeza de los tres elementos del nuevo estado, que le han jurado fidelidad y obediencia, sino que además es el juez máximo o supremo. Gerichtsherr lo llama Schmitt, esto es, el señor de los tribunales del pueblo”, cita de El Nuevo Orden según Carl Schmitt, en Die Kolumnisten.

¿Dónde estaba Dios en Auschwitz?

Muchas veces la gente pregunta “¿dónde estaba Dios en Auschwitz?” Es una pregunta retórica y que intenta provocar. De alguna manera, es un reto a Dios, equivale a recriminarlo porque permitió Auschwitz. “¿Dónde estabas tú, Dios, en Auschwitz?” O tal vez no existes o no te importa lo que le pase a la gente. Aunque también puede ser que sea un grito similar a aquel de Jesús antes de morir: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”[1]

Cuando me han hecho la pregunta a mí, he contestado con otra pregunta retórica: “¿dónde estaba el hombre en Auschwitz?”

Auschwitz representa toda la barbarie nacional socialista o más bien toda la barbarie demoníaca intrínseca del nacional socialismo. Un amigo judío que no sólo ha estado en Auschwitz, sino que en los otros campos de concentración de más al Este, me dice que en Majadanek o en Treblinka se siente aún más la extrema maldad de los campos de exterminio. Auschwitz los representa a todos, porque es el más conocido.

Si mi interlocutor o interlocutora es alemán o alemana (la pregunta es hecha generalmente por hombres; nunca he escuchado, ni leído que una mujer la formule), les respondo con una pregunta: “¿dónde estuvo tu abuelo o tu bisabuelo en la época de los nazis?” La mía no es una pregunta retórica. ¿Dónde estaban tus abuelos cuando construyeron el complejo de Auschwitz, con sus fábricas de armamento y con sus cámaras de gas, sus crematorios y sus rampas de selección? ¿Dónde estabas tú?

Entre 1940 y 1945, en Auschwitz, “trabajaron” 10 mil personas para la SS, como guardia o como capataz[2]. Hago ver que los campos de concentración del III Reich fueron entre siete mil (la cifra conservadora tradicional) y 42 mil quinientos, la cifra que se maneja hoy[3]. De manera que podemos imaginarnos a cuánto llegaba el total de personas que “trabajaba” en labores relacionadas con los campos de concentración y exterminio. De partida, me parece raro que algún alemán o alemana de la época no haya visto nunca un campo de concentración o de trabajo cerca de su casa, ya que había tantos repartidos por todo el Reino[4].

Es que claro que resulta mucho más fácil culpar a otra persona -en este caso, nada menos que al mismo Dios- antes que asumir responsabilidad, la propia o la de su propio pueblo. Es mucho más fácil decir que Dios no estaba antes de preguntarse por qué un pueblo culto, erudito, musical, ilustrado y, en general, educado, nada hizo para evitar el genocidio nacional socialista.

Hoy mismo, en Alemania, han resurgido con fuerza movimientos extremos, xenófobos y antidemocráticos y mucha gente prefiere mirar hacia otro lado en vez de hacerles frente. Es justo a esas personas a quienes yo les preguntaría  “¿dónde habrías estado tú cuando se construyó Auschwitz?”

Y me permito hacer una pregunta similar a los lectores de mi columna de todo el mundo, en momentos como el actual, en que el populismo y el extremismo se expanden por demasiadas regiones del orbe[5]. Y una enfermiza polarización pretende presentarnos sólo los extremos como las únicas alternativas posibles.


[1] Marcos 15, 34

[4] Sobre el concepto de Reino en el III Reich, ver mi columna El nuevo orden en el derecho internacional, según Carl Schmitt

[5] Invito a leer mi columna Y si pasa algo…