Putin llega con 200 años de retraso

Putin llega con 500, 200 o, en el mejor de los casos, con 80 años de retraso. Muchos lo comparan con Iván el Terrible, con Catalina la Grande o simplemente con Stalin. Catalina era una princesa alemana, hija de un general prusiano (y príncipe de Anhalt). Una mujer muy culta, amante de la música, de los hombres y del poder. Llevó a cabo una gran reforma administrativa, propia del absolutismo ilustrado. Tuvo más de veinte amantes y cinco hijos, dos del zar y tres de uno de sus amantes[1].

Como ningún otro zar antes que ella, Catalina expandió el territorio ruso, convirtiéndolo en el Imperio de los Zares (la palabra zar viene de césar). Entre otras cosas, fue ella quién ocupó Crimea en 1783, y parte del sur de Ucrania, que pasó a denominar “Nueva Rusia”, denominación que ha vuelto a ponerse de moda en el reino de Putin. Entre 1787 y 1792, Catalina y sus generales lograron expandir su territorio hacia el Mar Negro. Mediante su proyecto conocido como el “plan griego”, pretendía crear una “nueva Bizancio” bajo dominación rusa. Proyecto que fracasó debido a la oposición de Austria.

La princesa alemana, convertida en zarina, participó en la llamada “tercera partición de Polonia”, que significó agregar un millón de kilómetros cuadrados a su Imperio. Gracias a Dios, en el transcurso de la historia, Polonia pudo recuperar su calidad de estado y luego de muchas particiones, ocupaciones, invasiones e intentos de aniquilar la cultura, la lengua y, en definitiva, la nación polaca, por ej., por parte del nacional socialismo.

Catalina la Grande es un personaje admirado y alabado, su imagen histórica fue capaz de inspirar incluso a la ex-canciller Merkel. Sí, hace doscientos años, los conquistadores -en este caso, una conquistadora- era admirada y podía convertirse en inspiración para futuros políticos. La fuerza de las armas arrasaba con toda resistencia y obligaba a pueblos, a naciones o a etnias, a aceptar el dominio extranjero, que significaba pagar impuestos al zar, contribuir militarmente con él en sus empresas bélicas y someterse a su influencia cultural, lo que implicaba aceptar su derecho y sus costumbres e incluso, adoptar su religión.

Los nuevos territorios conquistados por la fuerza de las armas, pasaban a ser parte del Imperio. O, si conservaban una relativa autonomía, integraban el ámbito de su hegemonía. En definitiva, no eran realmente soberanos, no podían tomar libremente sus decisiones, sin consulta o autorización del hegemón. Menos aún firmar alianzas con otros estados… Eran estados vasallos.

La Unión Soviética, no en vano sucesora del Reino de Catalina, continuó la costumbre ancestral y la perfeccionó. Especialmente Stalin fue un excelente alumno de la política expansionista de los zares. El georgiano Dschughaschwili (que comenzó su carrera como delincuente, lo que le ha valido más de un podcast de true crime[2]), expandió su zona de hegemonía, de influencia y de dominio a la mitad de Europa, concretamente a toda Europa Oriental. Evidentemente, a ello contribuyó otro delincuente, Adolf Hitler, con el que Josef Stalin marchó conjuntamente durante sus primero años[3].

La URSS puso a los países que se iban sumando a su bloque -no sólo en Europa, sino en el mundo entero- bajo una especie de curatela de la que no podían salir. De partida, porque creían que el proceso histórico descrito en la filosofía del materialismo dialéctico era irreversible[4]. Los estados que pasaban a formar parte del mundo comunista, no podían abandonarlo y estaban sometidos para siempre a un derecho a veto y a la intervención si era necesaria, como vimos en Checoslovaquia, en Hungría, en Polonia y en la RDA (1957). El mundo queda así dividido en zonas de influencia y de hegemonía. Un concepto muy schmittiano, pero claro Carl Schmitt[5] no sólo influye sobremanera en la extrema derecha, sino también en la extrema izquierda.

Stalin y sus sucesores usaron la ideología del marxismo-leninismo como vehículo de dominación al servicio de su imperialismo. El imperialismo, que la propaganda comunista tanto criticaba, era tan sólo deplorable, en tanto no fuera su propio imperialismo. En su cerrazón ideológica y totalitaria, el imperialismo sólo podía ser capitalista. Cuando la URSS invadía un país y se apropiaba de él, instalaba un gobierno marioneta. Pero los jerarcas comunistas no lo llamaban imperialismo, sino liberación de las clases trabajadoras, del pueblo o recurrían a slogans similares.

Putin sostuvo, esta semana, que Rusia liberaría a Ucrania (como habría hecho antes con su estado vasallo Bielorrusia) de los fascistas que se habrían apoderado del gobierno en Kiev y tendrían oprimido al pueblo. Los ucranianos no sólo serían fascistas, sino también drogadictos. Aseguró que Ucrania se hallaba desde hace años en una guerra civil. Qué raro, yo pensé que el pueblo ucraniano había elegido ya varios presidentes[6] desde el triunfo del movimiento del Maidán y desde que el último presidente que se puede considerar marioneta de Moscú, huyó desde su palacio construido con dineros malversados, en un helicóptero, a Rostov del Don (Rusia).

Ucrania será desmilitarizada, anunció Putin. Lo que necesariamente significa que el ejército ruso destruirá al ucraniano. Esto tiene un solo nombre: guerra. Es difícil para Putin justificar una guerra frente al pueblo hermano de Ucrania, de manera que tiene que buscar “razones” para ello. En Ucrania, tendría lugar un genocidio organizado por viejos nazis. Esta es la manera de intentar explicar ante el propio pueblo ruso, la invasión y la guerra contra Ucrania. Entre paréntesis, no hay que olvidar que, después de la II Guerra Mundial, la URSS tardó cerca de diez años en vencer a los partisanos y otros patriotas ucranianos que se resistían a quedar bajo el dominio de Moscú. Esta circunstancia quedó marcada en el alma soviética de Putin.

Friedrich Merz (el actual jefe de la democracia cristiana alemana y eterno rival de Merkel[7]) explica que lo que Putin teme realmente es la democracia. Por eso, primero somete a Bielorrusia -y a su eterno enemigo, Lukaschenko[8]– y después, se atreve con Ucrania. Lo que Putin más teme es un Maidán en la propia Federación Rusa, según Merz y creo que tiene razón. De ahí sus diatribas en contra de las llamadas revoluciones de colores.

Asimismo, Putin aseguró que no existe una nacionalidad ucraniana: la nación ucraniana no sería una nación. Los ucranianos y ucranianas serían rusos. De manera que el estado ucraniano no existiría. Yo presumo que Putin anexará las provincias del Este de Ucrania a Rusia, como parte de la catalinesca “Nueva Rusia” o Novorossiya. Y, si queda algo así como un tórax residual, el Kremlin recurrirá al viejo truco de instalar un gobierno marioneta. En el mejor de los casos, transformará a Ucrania en un estado vasallo, cuya primera medida sería aceptar la anexión de Crimea por parte de Rusia.

Hace algunos años, un amigo argentino me envió un artículo anti-norteamericano, en que el autor sostenía que, al llegar a su ocaso, los imperios empiezan a realizar acciones sin sentido e impensadas. Mi amigo pensaba que era el caso de los Estados Unidos. Pienso que puede ser cierto que un imperio en desmembramiento[9], en desaparición, se comporte de esa manera y comience a dar palos al aire como loco, a uno y a otro lado, sin ver, ni pensar, ni sentir, ni escuchar. Pero no es el caso de los EEUU sino que es claramente, el caso de Rusia de Putin[10].

Putin tiene 70 años y está en el poder ininterrumpidamente desde 1999. Es un ex-oficial de (des)información de la KGB. Es un loser que ha llegado muy lejos en todo sentido. Divorciado oficialmente desde el año 2014, casi no tiene contacto con sus hijas[11]. Vive solo, aislado del mundo real. ¿Cómo podía ser de otra forma? Es el destino de los autócratas.

Putin no tiene contacto con nadie, tampoco tiene amigos. Vive solo en una fortaleza de la que no sale hace años y si tiene que ir a alguna conferencia internacional (la última importante fue el G20 en Australia el 2016 que Putin abandonó antes de su término), lleva hasta su propia comida por miedo a que lo envenenen. Duerme toda la mañana, se levanta al mediodía y antes de empezar a trabajar, nada solo en su piscina particular. Almuerza solo y únicamente alimentos que han sido previamente probados por otras personas. Su única alegría y sus únicos amigos son sus perros[12], según él mismo ha declarado.

Cualquier hombre que pase años viviendo así, seguro que se vuelve loco.


[1] Pienso que Merkel sacó el retrato de Catalina que tenía colgando en su oficina, debido a que podía ser malinterpretado.

[2] Durante la época de corona y debido a shutdowns y a lock downs, todos hemos comenzado a escuchar podcast. Especialmente los podcast de temas policiales “verdaderos”, esto es los “true crime”, han ganado en calidad y por tanto en popularidad. Hasta donde puedo apreciar, esta moda se ha expandido desde EEUU por todo el mundo. Sorry, no desde Rusia. EEUU sigue marcando el paso.

[3] Ver mi columna Hitler, Stalin y el inicio de la II Guerra

[4] Mi columna Lenin y el estado opresor, represivo y explotador

[5] Ver, sobre todo, el concepto de Großraum, en mi columna El nuevo orden en el derecho internacional, según Carl Schmitt

[6] El servidor del pueblo, el nuevo presidente de Ucrania

[7] En una democracia, tenemos rivales; pero ni ellos nos matan. ni nosotros los asesinamos.

[8] Hay algunos artículos sobre él en este blog, los encuentran aquí: Lukaschenko

[9] El desmembramiento de la URSS tuvo lugar oficialmente y desde el punto de vista del derecho internacional, en 1991.

[10] No podemos olvidar que Putin no es Rusia y Rusia no es Putin. Prefiero la Rusia de Rachmaninov, de Solzhenitsyn, de Maria Yudina o de Anna Politkovskaya que a la de Putin, Lavrov o Shogun.

[11] Se supone que tiene un hijo o hija de una relación extra-matrimonial, que nació hace unos pocos años en Suiza, me pregunto, por qué no en Moscú o en San Petersburgo.

[12] Con sus perros, Putin provocaba el miedo de Merkel, a la que quería obligar a tomar las decisiones que él le proponía.

¿Qué es el continuo político?

¿Qué es el continuo político o –en inglés– political continuum? En ciencia política, el espectro político se define como el “ordenamiento visual de grupos u organizaciones políticas de acuerdo con ciertos ejes conceptuales”[1]. Un espectro es un abanico de opciones políticas ordenadas conceptualmente, generalmente de izquierda a derecha. Pero hay otras opciones, como entre la extrema derecha y el islamismo, opción a la que me referí en mi columna sobre el terrorismo de derecha y el terrorismo islámico, dos caras de la misma moneda

Un continuo es una secuencia ininterrumpida (continuidad significa que no hay interrupción) en que los elementos adyacentes no son perceptiblemente diferentes entre sí, pero los extremos sí son muy distintos”. Es como la línea en geometría, que está compuesta por puntos uno al lado del otro, engarzados indisolublemente entre sí. Algo así como la gama de colores, pero en política o más bien, es la gama de las ideas políticas.

Que el espectro político sea continuo significa que el paso de derecha a izquierda y viceversa no es abrupto, no es discontinuado, ni interrumpido, no da saltos. Es -como dice su nombre- un continuo político. Me imagino que es como ver crecer a un niño: si lo ves todos los días, no te das cuenta de que está creciendo; pero si lo ves al nacer y en la ancianidad, es difícil que lo vuelvas a reconocer. En política, el tránsito de un extremo al otro puede pasar desapercibido para una persona que se encuentra dentro del espectro político en cuestión. Esa persona -cada uno, cada una de nosotros- tiene conceptualmente sólo dos personas al lado.

Muchas veces, no nos damos cuenta de la radicalización política de un país entero (como cuando los árboles tapan el bosque). Creo que es el caso de Chile, en que el centro político ha perdido casi toda relevancia y los extremos han ganado en importancia y en votos, formando una verdadera U o herradura, teoría que expliqué en mi columna sobre el extremismo en la teoría de la herradura o de la U

Ya en la primera mitad del siglo pasado, en Francia se hablaba del continuo político entre  extrême droite – droite modérée – centre droit – centre gauche – gauche modérée – extrême gauche. No olvidemos que la clasificación de las ideas y grupos políticos entre izquierda y derecha viene precisamente de Francia, ya desde la época de la Revolución que comenzó en 1789.

Lo interesante es que las ideas conspirativas se hallan a uno y otro lado del continuo político, según expliqué en mis dos columnas anteriores: Las teorías de la conspiración surgen y se desarrollan en los extremos políticos y El maniqueísmo en los extremos políticos Pienso que, de alguna manera, casi no nos damos cuenta de la radicalización de una sociedad, sobre todo porque sus aparentes antípodas -esto es, los extremos políticos- casi no se diferencian.  


[1] Espectro político en Wikipedia.

El maniqueísmo en los extremos políticos

En mi columna anterior me referí a La teoría de la conspiración surge y se desarrolla en los extremos políticos, basándome en el estudio de la Universidad de Mainz, publicado en la revista Nature Human Behaviour con el título Conspiracy mentality and political orientation across 26 countries

En los extremos del espectro político, encontramos una “propensión general a sospechar que hay conspiraciones, independiente de eventos, actores o contextos concretos”[1]. En efecto, “un factor seguro para creer en una teoría de la conspiración es creer en otra teoría de la conspiración”[2]. Sí, hay personas que muestran una predisposición increíble a explicarlo todo recurriendo a una conspiración. No sé si sea un problema de (falsa) educación o simplemente psiquiátrico. Me parece que los mitos conspiranoicos van agarrándose unos a otros, formando una especie de cadena conspiranoica muy difícil de romper. La gente se va metiendo en un laberinto conspiranoico del que no puede salir. Es curioso, pero, en nuestra sociedad, hay demasiada gente que no cree en Dios; pero que cree en cualquier cosa.

“La mentalidad de conspiración está estrechamente ligada a la creencia en una amplia gama de teorías de la conspiración”[3]. Más que creer en una teoría o en un mito concreto, ven el mundo y explican todo lo que los rodea -incluso las cosas más sencillas- bajo el lente de la conspiranoia. Me hace recordar a gente procedente de ciertos países que he conocido a lo largo de mi vida, que cree en supersticiones y lo explica todo a través de ellas, llegando a las conclusiones más inverosímiles y descabelladas. Lo mismo observo entre mis conocidos de países “más desarrollados” que han caído en las redes de la conspiranoia. A mi modo de ver, en países del primer mundo, las teorías de la conspiración han reemplazado a la superstición.

Por una parte, los extremistas políticos son conspiranoicos, por otra parte, tal vez lo sean precisamente porque son extremistas políticos[4]. Pienso que hay una causalidad y retrocausalidad, ya que las “mentalidades” se retroalimentan, en un proceso que es muy difícil de interrumpir o de cortar. Tal vez con educación y con salud mental, en una o dos generaciones…

Cabe preguntarse “¿Qué aspectos de las ideologías políticas extremas y la mentalidad de conspiración se superponen…?” El estudio de la Universidad de Mainz se refiere, en primer término a “su visión maniquea de un mundo en blanco y negro”[5]. Como señalé la semana pasada, la mayoría de las cosas no son ni blancas, ni negras, sino grises, como los burritos[6].

La conspiracy mentality de los partidos extremos no se queda ahí, sino que se traduce en acciones concretas: “la creencia de los ciudadanos en las teorías de la conspiración determina el comportamiento y las intenciones de voto y la acción política”[7]. De partida, se traduce en el sectarismo al que me referí la semana pasada: “los movimientos políticos extremos tanto de izquierda como de derecha comparten un conjunto de características comunes, que incluye una tendencia pronunciada a desconfiar y rechazar grupos e ideas que difieren de los suyos”[8].

El estudio continúa: “Las acusaciones de conspiración suelen culpar a unas pocas personas poderosas y malvadas por perseguir únicamente sus propios y siniestros objetivos por sobre el bienestar de todos los demás”[9]. Serían pues pequeñas camarillas conspirativas, pero con mucho poder, que buscan saciar sus mezquinos intereses pasando por encima del bien general. En otras palabras, son “los de arriba”[10].

Mainz explica que estos “grupos malvados” tienen un rol destacado en la retórica de los partidos de extrema derecha contra los musulmanes o los extranjeros, por ej. Y en los partidos de extrema izquierda contra los administradores de bancos y fondos de pensiones o contra la Unión Europea[11]. Recordemos las diatribas de Jeremy Corbyn contra la UE, que el barbudo laborista tildaba como “neoliberal”, lo que, en grupos de extrema izquierda equivale a absolutamente diabólico. Por otra parte, en Chile, diríamos que las AFP[12] son consideradas intrínsecamente malas. Es curioso como millones de chilenos creen en una teoría de la conspiración con respecto a las administradoras de fondos de pensiones.

“Al dividir el ámbito social en fuerzas claramente antagónicas: una del bien y otra del mal, se reduce la complejidad y es relativamente más fácil adoptar una posición firme (y moral)”[13]. La división del mundo y de las personas en buenos y malos es pues una nueva forma de maniqueísmo. El maniqueísmo es una vieja doctrina nacida en la Antigüedad, según la cual, el universo está regido por dos principios: uno bueno y otro malo. Fue fundada por el persa Mani en el siglo III y fue fuertemente influida por la gnosis, otra doctrina nacida en esa época (siglos II y III).

Gnosis significa, en griego, conocimiento, de manera que los gnósticos serían los conocedores, los únicos conocedores y todos los demás, seríamos ignorantes. Para el gnosticismo, habría un dios superior que sería espiritual y un dios menor, que habría creado el universo material. Generalmente se lo identificaba con el Dios cristiano, que sería un dios inferior al gnóstico y simplemente un dios malo. Sólo lo espiritual sería bueno y lo material, “la carne” sería el principio de la maldad[14].

El gnosticismo (y también el maniqueísmo, en su versión neomaniquea) influye actualmente en innumerables grupos esotéricos, cuyos adeptos pasan muchas veces, con gran facilidad, a integrar sectores o partidos de extrema izquierda o de extrema derecha. O, en el mejor de los casos, grupos que creen a pie juntillas en mitos de conspiración.

Hace algunos meses, escribía que “para los extremistas, existen ‘los buenos’ y ‘los malos’, en esto se parecen a los antiguos gnósticos, además, porque creen no sólo conocer, sino que también poseer la verdad, que ellos proclaman como única y sin alternativa. Los buenos son sólo ellos y los malos, son todos los demás. ¿Puede haber mayor arrogancia? Ellos nunca se equivocan, no hacen nada malo, no cometen ningún error, son realmente perfectos. Me recuerda aquel refrán del antiguo bloque socialista ‘el partido tiene siempre la razón’”[15].

Con frecuencia, los conspiranoicos te dicen o escriben “Infórmate”. Como si una fuera tonta o no tuviera idea. Para ellos, todos somos personas desinformadas, todos quienes no adherimos a su fe conspiranoica, seríamos una banda de desinformados y tendríamos que “informarnos”. Los expertos de Mainz explican que “muchos estudios han encontrado una relación lineal entre la orientación política autoinformada y el respaldo a la conspiración”[16]. Me pregunto cuánto de narcisismo, mentalidad de elegidos y de simple megalomanía hay en esta actitud de una supuesta “autoinformación”.

“Los extremos de izquierda y derecha comparten una visión del mundo que se centra en la demonización maniquea de los grupos ideológicos externos, que se representan no solo como incorrectos sino también como inmorales y peligrosos”[17]. De acuerdo a los maniqueos de antaño y de hoy día, el mundo se divide entre buenos y malos, o deberíamos decir entre los completamente buenos y los completamente malos. Evidentemente que los maniqueos siempre pensaron que ellos eran los buenos. Al igual que hoy, los conspiranoicos creen religiosamente que ellos se hallan del lado del bien y todos los demás, nos encontramos en el sector equivocado[18].

Parece que nos gritaran: “nosotros somos los elegidos que conocemos la verdad y hacia donde va la historia y por eso, lo que nosotros decimos es la verdad que debe ser impuesta a todos los demás, pobres ignorantes que la desconocen (…) Ridiculizan las opiniones o incluso las dudas de las personas que no son parte de su grupo. Los externos, como nos llama el estudio. Para ellos, no existe la duda… La duda está ausente de sus planteamientos. Parece que bebieron la sabiduría con la lecha materna. De humildad, no tienen nada…”[19].

Lo grave es que esto no se queda sólo en pensamientos frente a los cuales podríamos sonreír y seguir de largo. Cuando la mentalidad conspiranoica se apodera de las mentes de extremistas y ellos comienzan a actuar, la situación puede volverse extremadamente peligrosa para los demás. Y si los extremistas son muchos o si llegan al gobierno, podemos despedirnos de la democracia.

“Las teorías de la conspiración representan a los grupos externos como malvados y están asociadas a puntos de vista maniqueos de la historia, entendida como una lucha entre las fuerzas del bien y del mal que compiten por el control de la sociedad”[20]. Me hace pensar en Carl Schmitt y en su mentalidad amigo-enemigo. El 2017, escribía acerca de una “mentalidad arcaica que divide a las personas entre amigos y enemigos, una mentalidad que se extiende por todo el pensamiento schmittiano, y ha traído y sigue trayendo, grandes males a las relaciones internacionales, a la política interna de un país o de una región del mundo. Y, me atrevería a decir, que también a las relaciones interpersonales”[21].

Sinceramente, con Joe Biden, prefiero pensar que, en política, podemos ser oponentes[22]; pero no enemigos[23]. Y nunca maniqueos conspiranoicos.

PS: Invito a leer mi columna siguiente sobre el tema ¿Qué es el continuo político?


[1] pág. 1 del estudio. En adelante, donde cito sólo la página, me refiero al estudio de la Universidad de Mainz.

[2] pág. 1.

[3] pág. 1.

[4] “los extremos políticos y sus ideologías basadas en mitos de conspiración son poco atractivos para la mayoría de la población que, normalmente se halla en el centro político. Por lo general, la mayoría de la gente de un país medianamente desarrollado es lo suficientemente cuerda como para no caer en trampas conspiranoicas”, La teoría de la conspiración surge y se desarrolla en los extremos políticos 

[5] pág. 6.

[6] La frase es de Jutta Burggraf.

[7] pág. 1.

[8] pág. 2.

[9] pág. 6.

[10] Invito a leer mi columna Que se vayan todos los de arriba

[11] págs. 6 y 7.

[12] Las administradoras de fondos de pensiones, alabadas en el mundo desarrollado, como la alternativa al empobrecimiento de la tercera edad por establecer un sistema de capitalización que reemplaza al de redistribución, inviable en países con una demografía como la de los estados desarrollados, en que la población activa es cada vez menor y la pasiva, progresivamente mayor.

[13] pág. 7.

[14] El cristianismo es muy material, si se puede hablar así. Incluso existe el concepto de materialismo cristiano.

[15] La polarización es el semillero del extremismo y ambos se retroalimentan

[16] pág. 1.

[17] pág. 2.

[18] Cfr. La teoría de la conspiración surge y se desarrolla en los extremos políticos

[19] La polarización es el semillero del extremismo y ambos se retroalimentan

[20] pág. 2.

[21] El Nuevo Orden según Carl Schmitt

[22] “en una democracia, la oposición es imprescindible”, en La crítica y el progreso en “La sociedad abierta” de Karl Popper

[23] Mi columna: “We may be opponents, but we are not enemies”

Las teorías de la conspiración surgen y se desarrollan en los extremos políticos

Esta semana, me gustaría compartir con uds. los resultados de un estudio[1] de la Universidad de Mainz acerca de un tema muy actual: las llamadas teoría de la conspiración. Su principal conclusión es que las conspiranoias florecen en los extremos del espectro político, esto es, entre los partidarios de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Lo que no es una gran novedad para nadie que observe la realidad política mundial. Y en un mundo globalizado, la realidad mundial tiene gran influencia en la realidad política nacional.

Teorías de la conspiración han existido siempre en la historia; pero tal vez, hoy las miramos a través de un lente de aumento, debido a su influencia frente al tema de la pandemia del coronavirus, en torno al cual, han surgido las ideas más descabelladas, como también en relación con el tema vacuna contra el covid. Puedo decir, sin temor a exagerar, que hoy sufrimos no sólo una pandemia de SARS-CoV-2, sino también de conspiranoia.

El estudio en comento señala que “las teorías de la conspiración pueden ser definidas como la creencia de que un grupo de actores se confabulan en secreto para alcanzar un objetivo malévolo”. Tales teorías “son comunes en todas las épocas, culturas y poblaciones”[2].

Aunque el estudio emplea el término tradicional “teoría de la conspiración” (conspiracy theory) hoy en día, se prefiere emplear los conceptos más apropiados de mito o ideología de conspiración. Ello, debido a que una teoría es un concepto científico, es un sistema de afirmaciones con base científica que explica la realidad y las leyes que la rigen y hace pronósticos sobre lo que ocurrirá en el futuro. Por el contrario, un mito conspirativo no explica la realidad sino que apela a una creencia que yo calificaría como supersticiosa. Pocas cosas hay más alejadas de la realidad que una ideología conspirativa.

La conclusión más importante y más comentada de Conspiracy mentality and political orientation across 26 countries es que “las personas en ambos extremos políticos respaldan las teorías de la conspiración con más fuerza que las personas en el centro político”[3]. En otras palabras, la gente que más cree en mitos conspiranoicos se halla tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda. ¿Le puede extrañar esto a alguien?

El estudio se refiere a una “función en forma de U en todo el espectro político”[4]. Esto quiere decir que, si la barra vertical de un gráfico representa la conspiranoia y la horizontal, la corriente política, de izquierda a derecha, la línea formada de acuerdo a la función matemática tiene forma de una letra U[5].

En este sentido, “los movimientos políticos extremos tanto de izquierda como de derecha comparten un conjunto de características comunes, que incluye una tendencia pronunciada a desconfiar y rechazar grupos e ideas que difieren de los suyos”[6]. Es lo que tradicionalmente llamamos sectarismo.

Luego viene una explicación magistral que deja muy claro cuál es el comportamiento que sigue a una ideología conspiranoica: “Los extremos de izquierda y derecha comparten una visión del mundo que se centra en la demonización maniquea de los grupos ideológicos externos, los que se representan no solo como incorrectos sino también como inmorales y peligrosos”[7]. El maniqueísmo es una vieja doctrina de la Antigüedad, según la cual, el universo está regido por dos principios: uno bueno y otro malo. Fue fundada por el persa Mani en el siglo III. Fuertemente influida por la gnosis.

De acuerdo a los maniqueos de antaño y de hoy día, el mundo se divide entre buenos y malos, o deberíamos decir entre los completamente buenos y los completamente malos. Evidentemente que los maniqueos siempre pensaron que ellos eran los buenos. Al igual que hoy, los conspiranoicos creen religiosamente que ellos se hallan del lado del bien y todos los demás, nos encontramos en el sector equivocado.

“Las teorías de la conspiración representan a los grupos externos como malvados y están asociadas a puntos de vista maniqueos de la historia, entendida como una lucha entre las fuerzas del bien y del mal que compiten por el control de la sociedad”[8]. Pienso en Carl Schmitt y en sus ideas sobre el enemigo. El 2017, escribía acerca de una “mentalidad arcaica que divide a las personas entre amigos y enemigos, una mentalidad que se extiende por todo el pensamiento schmittiano, y ha traído y sigue trayendo, grandes males a las relaciones internacionales, a la política interna de un país o de una región del mundo. Y, me atrevería a decir, que también a las relaciones interpersonales”[9]. Con Jutta Burggraf pienso que las cosas no son ni blancas, ni negras, sino más bien grises, como los burros.

En cuanto a la relación conspiración-autoritarismo, el estudio concluye lo siguiente: “Se presenta una especie de simetría del autoritarismo, ya que se observan puntos de vista autoritarios en los que no se tolera la disidencia tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda. Ambas posiciones extremas muestran una afinidad con la creencia en las soluciones simples, que también están asociadas con creencias conspirativas. Esta explicación de la cosmovisión sugiere que la relación curvilínea en la que la mentalidad de conspiración se asocia con la ideología política extrema (de izquierda o de derecha) es más o menos universal en todos los contextos nacionales. De hecho, a lo largo del tiempo y de las culturas, las teorías de la conspiración son comunes en el discurso de los grupos marginales extremistas independientes de la ideología (extrema izquierda, extrema derecha, fundamentalismo religioso y anti-tecnología)”[10].

El autoritarismo está presente tanto en la extrema izquierda como en la extrema derecha. A esto se denomina simetría del autoritarismo. El autoritarismo y las soluciones simples a cuestiones difíciles se presuponen mutuamente y están íntimamente relacionadas con las ideologías de la conspiración. Es interesante que el estudio mencione cuatro tipos de conspiranoias: las de los extremos políticos a las que me refiero en esta columna, la del fundamentalismo religioso[11] y la de las personas que rechazan la tecnología moderna.

Mientras menos social y menos igualitaria, mientras más autoritaria y más populista, la extrema derecha será más conspiranoica. La extrema izquierda, mientras más social, ecológica y liberal, será menos conspiranoica. Sin embargo, mientras más autoritaria y populista sea la extrema izquierda, más conspiranoica[12]. A mi modo de ver, la ultra izquierda latinoamericana y gran parte de la sudeuropea cae dentro de estas últimas coordenadas.

Asimismo, el populismo y las creencias conspirativas van de la mano, ya que “las teorías de la conspiración están intrínsecamente relacionadas con la retórica de los líderes políticos populistas que, a su vez, explotan en su favor las teorías de la conspiración por motivos estratégicos”[13]. En otras palabras, los caudillos populistas utilizan los mitos de conspiración para ganar votos. Incentivan y promueven este tipo de pensamiento en favor de sus propios intereses políticos. No sé por qué pienso en Orbán, Trump, Putin, Maduro, Lukaschenka[14], Bolsonaro o en Kim Jong Un.

Un factor que lleva a creer en una teoría de la conspiración es “creer en otra teoría de la conspiración”[15]. Esto es lo que  el estudio denomina “mentalidad de conspiración” (conspiracy mentality o conspiracy mindset[16]). Hay personas que muestran una predisposición a explicarlo todo recurriendo a una conspiración. Me parece que los mitos conspiranoicos van agarrándose unos a otros, formando una especie de cadena de la conspiración lamentablemente muy difícil de romper. La gente se va metiendo en un laberinto conspiranoico del que no puede salir. Es curioso, pero, en nuestra sociedad, hay demasiada gente que no cree en Dios; pero que cree en cualquier cosa.

“Aunque, en general, la mentalidad de conspiración es una disposición relativamente estable, los eventos políticos y la retórica de las élites políticas pueden impulsar el respaldo de tales visiones del mundo y afectar el curso o la dirección de las creencias conspirativas”[17]. A propósito de élites, cuando la conspiración se dirige en contra de la élite, contra “los de arriba”, la “retórica anti-élite permanece incólume incluso cuando los propios adherentes al mito anti élite personifican ellos mismos esa misma élite[18]. Trump es el mejor ejemplo reciente de ello. Al igual que los gobiernos marxistas del antiguo socialismo real.

De acuerdo al estudio, se “observa un mayor apoyo a la mentalidad de conspiración entre los votantes de los partidos de oposición (esto es, entre aquellos privados de control político)”[19], cuando “el partido político propio queda excluido del gobierno”[20]. De manera que existe otra razón, independiente del contenido de la cosmovisión conspiranoica, para adherir a una ideología conspirativa y es la reacción a la falta de control político”[21], consecuencia de ser partidario de un partido opositor.

“La privación del control político puede ser el resultado de haber perdido una o más elecciones, de modo que los valores políticos propios no estén representados por los partidos en el gobierno”[22]. Por otra parte, “si las personas se sienten excluidas del poder, están más motivadas a respaldar creencias que deslegitiman a las autoridades en ejercicio como también los resultados del proceso político. (…) los adherentes a los partidos extremos pueden respaldar las teorías de la conspiración, por no estar representadas en las decisiones gubernamentales”[23].

Pero también hay otra explicación posible: los extremos políticos y sus ideologías basadas en mitos de conspiración son poco atractivos para la mayoría de la población que, normalmente se halla en el centro político. Por lo general, la mayoría de la gente de un país medianamente desarrollado es lo suficientemente cuerda como para no caer en trampas conspiranoicas[24]. Sin embargo, el comportamiento contrario, también es posible: “la creencia de los ciudadanos en las teorías de la conspiración determina el comportamiento y las intenciones de voto y la acción política”[25]. Y bien puede llevarlos a votar por partidos extremos.

Así pues “aquellos individuos atraídos por las teorías de la conspiración también tendrán una tendencia a votar por partidos que pierden las elecciones”[26]. No queda claro cuál es la causa y cuál es el efecto o si ambas circunstancias se retroalimentan, que es lo que me parece más probable. En este mismo sentido, el estudio hace ver que existe una mentalidad de conspiración aún mayor en los extremos políticos, independiente de si está en la oposición o del nivel de educación[27].

Por último, el estudio de la Universidad de Mainz reconoce que, “aunque no ha sido el enfoque de la presente investigación, nuestros datos también apoyan la existencia de una mentalidad de conspiración mayor entre las personas con menor nivel de educación. La baja educación formal se asocia con la creencia en soluciones simples, así como con un sentimiento de carecer de control[28], lo que impulsa la tendencia a creer en teorías de conspiración”[29].

Seguiremos comentando el estudio aquí: El maniqueísmo en los extremos políticos y ¿Qué es el continuo político? y tal vez, aquí.


[1] Strictu sensu, son dos estudios y un análisis; pero voy a hablar de un estudio.

[2] Conspiracy mentality and political orientation across 26 countries, pág. 1.

[3] Conspiracy…, págs. 1 y 2. En adelante, citaré sólo la página.

[4] U-shaped function y a U-shaped relation es mencionado varias veces, en las páginas 2, 4, 5, 6, y 9.

[5] En una columna anterior, El extremismo en la teoría de la herradura o de la U, me referí al tema, relacionando la extrema derecha con el extremismo islámico.

[6] Pág. 2.

[7] pág. 2.

[8] pág. 2.

[9] El Nuevo Orden según Carl Schmitt

[10] pág. 2.

[11] Invito a leer mi distopía La ley que prohíbe la religión

[12] Cfr. pág. 6.

[13] pág. 1.

[14] Invito a leer mi columna Lukaschenko y Venezuela

[15] pág. 1.

[16] pág. 1.

[17] pág. 8.

[18] Cfr. pág. 9.

[19] pág. 1.

[20] pág. 3.

[21] pág. 2.

[22] pág. 2.

[23] pág. 2.

[24] “La privación de control político hace pensar que la relación entre la orientación política extrema y la mentalidad de conspiración podría surgir porque las personas con opiniones políticas más extremas se encuentran representadas con menos frecuencia en el gobierno”, pág. 4.

[25] pág. 1.

[26] Conspiracy mentality around the globe tends to be particularly pronounced on the political fringes

[27] Cfr. pág. 5.

[28] Esa gente que te dice que es sólo “carne de cañón”, en política.

[29] pág. 8.