Putin llega con 500, 200 o, en el mejor de los casos, con 80 años de retraso. Muchos lo comparan con Iván el Terrible, con Catalina la Grande o simplemente con Stalin. Catalina era una princesa alemana, hija de un general prusiano (y príncipe de Anhalt). Una mujer muy culta, amante de la música, de los hombres y del poder. Llevó a cabo una gran reforma administrativa, propia del absolutismo ilustrado. Tuvo más de veinte amantes y cinco hijos, dos del zar y tres de uno de sus amantes[1].
Como ningún otro zar antes que ella, Catalina expandió el territorio ruso, convirtiéndolo en el Imperio de los Zares (la palabra zar viene de césar). Entre otras cosas, fue ella quién ocupó Crimea en 1783, y parte del sur de Ucrania, que pasó a denominar “Nueva Rusia”, denominación que ha vuelto a ponerse de moda en el reino de Putin. Entre 1787 y 1792, Catalina y sus generales lograron expandir su territorio hacia el Mar Negro. Mediante su proyecto conocido como el “plan griego”, pretendía crear una “nueva Bizancio” bajo dominación rusa. Proyecto que fracasó debido a la oposición de Austria.
La princesa alemana, convertida en zarina, participó en la llamada “tercera partición de Polonia”, que significó agregar un millón de kilómetros cuadrados a su Imperio. Gracias a Dios, en el transcurso de la historia, Polonia pudo recuperar su calidad de estado y luego de muchas particiones, ocupaciones, invasiones e intentos de aniquilar la cultura, la lengua y, en definitiva, la nación polaca, por ej., por parte del nacional socialismo.
Catalina la Grande es un personaje admirado y alabado, su imagen histórica fue capaz de inspirar incluso a la ex-canciller Merkel. Sí, hace doscientos años, los conquistadores -en este caso, una conquistadora- era admirada y podía convertirse en inspiración para futuros políticos. La fuerza de las armas arrasaba con toda resistencia y obligaba a pueblos, a naciones o a etnias, a aceptar el dominio extranjero, que significaba pagar impuestos al zar, contribuir militarmente con él en sus empresas bélicas y someterse a su influencia cultural, lo que implicaba aceptar su derecho y sus costumbres e incluso, adoptar su religión.
Los nuevos territorios conquistados por la fuerza de las armas, pasaban a ser parte del Imperio. O, si conservaban una relativa autonomía, integraban el ámbito de su hegemonía. En definitiva, no eran realmente soberanos, no podían tomar libremente sus decisiones, sin consulta o autorización del hegemón. Menos aún firmar alianzas con otros estados… Eran estados vasallos.
La Unión Soviética, no en vano sucesora del Reino de Catalina, continuó la costumbre ancestral y la perfeccionó. Especialmente Stalin fue un excelente alumno de la política expansionista de los zares. El georgiano Dschughaschwili (que comenzó su carrera como delincuente, lo que le ha valido más de un podcast de true crime[2]), expandió su zona de hegemonía, de influencia y de dominio a la mitad de Europa, concretamente a toda Europa Oriental. Evidentemente, a ello contribuyó otro delincuente, Adolf Hitler, con el que Josef Stalin marchó conjuntamente durante sus primero años[3].
La URSS puso a los países que se iban sumando a su bloque -no sólo en Europa, sino en el mundo entero- bajo una especie de curatela de la que no podían salir. De partida, porque creían que el proceso histórico descrito en la filosofía del materialismo dialéctico era irreversible[4]. Los estados que pasaban a formar parte del mundo comunista, no podían abandonarlo y estaban sometidos para siempre a un derecho a veto y a la intervención si era necesaria, como vimos en Checoslovaquia, en Hungría, en Polonia y en la RDA (1957). El mundo queda así dividido en zonas de influencia y de hegemonía. Un concepto muy schmittiano, pero claro Carl Schmitt[5] no sólo influye sobremanera en la extrema derecha, sino también en la extrema izquierda.
Stalin y sus sucesores usaron la ideología del marxismo-leninismo como vehículo de dominación al servicio de su imperialismo. El imperialismo, que la propaganda comunista tanto criticaba, era tan sólo deplorable, en tanto no fuera su propio imperialismo. En su cerrazón ideológica y totalitaria, el imperialismo sólo podía ser capitalista. Cuando la URSS invadía un país y se apropiaba de él, instalaba un gobierno marioneta. Pero los jerarcas comunistas no lo llamaban imperialismo, sino liberación de las clases trabajadoras, del pueblo o recurrían a slogans similares.
Putin sostuvo, esta semana, que Rusia liberaría a Ucrania (como habría hecho antes con su estado vasallo Bielorrusia) de los fascistas que se habrían apoderado del gobierno en Kiev y tendrían oprimido al pueblo. Los ucranianos no sólo serían fascistas, sino también drogadictos. Aseguró que Ucrania se hallaba desde hace años en una guerra civil. Qué raro, yo pensé que el pueblo ucraniano había elegido ya varios presidentes[6] desde el triunfo del movimiento del Maidán y desde que el último presidente que se puede considerar marioneta de Moscú, huyó desde su palacio construido con dineros malversados, en un helicóptero, a Rostov del Don (Rusia).
Ucrania será desmilitarizada, anunció Putin. Lo que necesariamente significa que el ejército ruso destruirá al ucraniano. Esto tiene un solo nombre: guerra. Es difícil para Putin justificar una guerra frente al pueblo hermano de Ucrania, de manera que tiene que buscar “razones” para ello. En Ucrania, tendría lugar un genocidio organizado por viejos nazis. Esta es la manera de intentar explicar ante el propio pueblo ruso, la invasión y la guerra contra Ucrania. Entre paréntesis, no hay que olvidar que, después de la II Guerra Mundial, la URSS tardó cerca de diez años en vencer a los partisanos y otros patriotas ucranianos que se resistían a quedar bajo el dominio de Moscú. Esta circunstancia quedó marcada en el alma soviética de Putin.
Friedrich Merz (el actual jefe de la democracia cristiana alemana y eterno rival de Merkel[7]) explica que lo que Putin teme realmente es la democracia. Por eso, primero somete a Bielorrusia -y a su eterno enemigo, Lukaschenko[8]– y después, se atreve con Ucrania. Lo que Putin más teme es un Maidán en la propia Federación Rusa, según Merz y creo que tiene razón. De ahí sus diatribas en contra de las llamadas revoluciones de colores.
Asimismo, Putin aseguró que no existe una nacionalidad ucraniana: la nación ucraniana no sería una nación. Los ucranianos y ucranianas serían rusos. De manera que el estado ucraniano no existiría. Yo presumo que Putin anexará las provincias del Este de Ucrania a Rusia, como parte de la catalinesca “Nueva Rusia” o Novorossiya. Y, si queda algo así como un tórax residual, el Kremlin recurrirá al viejo truco de instalar un gobierno marioneta. En el mejor de los casos, transformará a Ucrania en un estado vasallo, cuya primera medida sería aceptar la anexión de Crimea por parte de Rusia.
Hace algunos años, un amigo argentino me envió un artículo anti-norteamericano, en que el autor sostenía que, al llegar a su ocaso, los imperios empiezan a realizar acciones sin sentido e impensadas. Mi amigo pensaba que era el caso de los Estados Unidos. Pienso que puede ser cierto que un imperio en desmembramiento[9], en desaparición, se comporte de esa manera y comience a dar palos al aire como loco, a uno y a otro lado, sin ver, ni pensar, ni sentir, ni escuchar. Pero no es el caso de los EEUU sino que es claramente, el caso de Rusia de Putin[10].
Putin tiene 70 años y está en el poder ininterrumpidamente desde 1999. Es un ex-oficial de (des)información de la KGB. Es un loser que ha llegado muy lejos en todo sentido. Divorciado oficialmente desde el año 2014, casi no tiene contacto con sus hijas[11]. Vive solo, aislado del mundo real. ¿Cómo podía ser de otra forma? Es el destino de los autócratas.
Putin no tiene contacto con nadie, tampoco tiene amigos. Vive solo en una fortaleza de la que no sale hace años y si tiene que ir a alguna conferencia internacional (la última importante fue el G20 en Australia el 2016 que Putin abandonó antes de su término), lleva hasta su propia comida por miedo a que lo envenenen. Duerme toda la mañana, se levanta al mediodía y antes de empezar a trabajar, nada solo en su piscina particular. Almuerza solo y únicamente alimentos que han sido previamente probados por otras personas. Su única alegría y sus únicos amigos son sus perros[12], según él mismo ha declarado.
Cualquier hombre que pase años viviendo así, seguro que se vuelve loco.
[1] Pienso que Merkel sacó el retrato de Catalina que tenía colgando en su oficina, debido a que podía ser malinterpretado.
[2] Durante la época de corona y debido a shutdowns y a lock downs, todos hemos comenzado a escuchar podcast. Especialmente los podcast de temas policiales “verdaderos”, esto es los “true crime”, han ganado en calidad y por tanto en popularidad. Hasta donde puedo apreciar, esta moda se ha expandido desde EEUU por todo el mundo. Sorry, no desde Rusia. EEUU sigue marcando el paso.
[3] Ver mi columna Hitler, Stalin y el inicio de la II Guerra
[4] Mi columna Lenin y el estado opresor, represivo y explotador
[5] Ver, sobre todo, el concepto de Großraum, en mi columna El nuevo orden en el derecho internacional, según Carl Schmitt
[6] El servidor del pueblo, el nuevo presidente de Ucrania
[7] En una democracia, tenemos rivales; pero ni ellos nos matan. ni nosotros los asesinamos.
[8] Hay algunos artículos sobre él en este blog, los encuentran aquí: Lukaschenko
[9] El desmembramiento de la URSS tuvo lugar oficialmente y desde el punto de vista del derecho internacional, en 1991.
[10] No podemos olvidar que Putin no es Rusia y Rusia no es Putin. Prefiero la Rusia de Rachmaninov, de Solzhenitsyn, de Maria Yudina o de Anna Politkovskaya que a la de Putin, Lavrov o Shogun.
[11] Se supone que tiene un hijo o hija de una relación extra-matrimonial, que nació hace unos pocos años en Suiza, me pregunto, por qué no en Moscú o en San Petersburgo.
[12] Con sus perros, Putin provocaba el miedo de Merkel, a la que quería obligar a tomar las decisiones que él le proponía.