Tarabas[1] es uno de mis libros preferidos de uno de mis autores preferidos: Joseph Roth. En él, el autor austro-húngaro, genio de la literatura de habla alemana e inspiración para muchos, describe un pogromo. Ese relato es fundamental en el libro y marca las dos etapas de la vida del protagonista… Marca el término de su primera vida y el paso a una vida de expiación y penitencia. Algo que parece que era común en Rusia de entonces. O en la esfera de influencia de los zares, para hablar más propiamente.
Nikolaus Tarabas proviene de una familia de terratenientes, en la parte rusa de la zona de la frontera entre Rusia y Austria-Hungría. Estudia en Petersburgo, donde se une a un grupo subversivo y debe huir del país, hacia Estados Unidos luego de un atentado al gobernador de Cherson. En un ataque de celos y de rabia mata a su joven enamorada y debe huir nuevamente, esta vez , de Estados Unidos. Vuelve a Rusia y se alista en el ejército; ha empezado la Gran Guerra.
En el colegio, aprendimos que la I Guerra terminó en 1918. Sin embargo, en el frente oriental, debido a la organización de los países que entonces emergieron y al vacío de poder, la guerra se prolongó por más tiempo. En el territorio de la que sería la Unión Soviética, una cruenta guerra civil se extendió hasta que Stalin logró poner relativo orden… hoy, todos sabemos a qué precio.
Muchos de los libros de Roth se ambientan en la frontera, ese territorio a ambos lados de la línea que marcaba el límite entre dos imperios: el de los Habsburgo y el de los Zares. Esa región que me imagino un poco como el lejano oeste; pero en el Este de Europa. Entre Europa occidental y Europa oriental[2].
Por ejemplo, en Job -otra de sus obras maestra- Joseph Roth habla de la vida en la región de la frontera, al lado ruso, especialmente de la vida de los judíos, como en otra de sus obras Hotel Savoy, ambientada en la ciudad de Łódź, hoy Polonia, en aquel entonces, Zarato de Polonia, esto es, en la zona de influencia zarista. La inestabilidad social, política y económica en Łódź es algo que trasciende toda la obra. Impresiona lo que cuenta de las bandas de ex-militares que regresan de Rusia hacia el Occidente y que deambulan sin futuro -me atrevería a decir que también sin pasado- y sin trabajo, pero con hambre. La frontera era -también en Polonia, de donde procede la palabra alemana Grenze[3]– una región en sí.
Roth sitúa la historia de Tarabas -salvo una corta introducción que se desarrolla entre Petersburg y Nueva York- en la frontera. Escribe a Stefan Zweig que tomó la historia de un diario de Ucrania, que le sirvió de inspiración. La palabra pogromo viene del ruso погром y designa el lynchamiento de judíos y la destrucción de sus bienes. Del ruso ha pasado a todos los idiomas y su significado se ha ampliado a otros grupos étnicos.
Muchas veces, nos preguntamos, cómo puede haber ocurrido un pogromo. ¿Qué pasa dentro de la cabeza de las personas que participan en él? ¿Por que se dejan llevar por otros, por quienes lo promueven, lo organizan, lo incitan, por quienes son sus cabecillas? El relato de Roth nos puede servir para entender cómo funciona este mecanismo del odio.
El progromo de la ciudad de Koropta es uno del tipo religioso, esto es, originado en el odio no racial, sino religioso a los judíos. El odio étnico -por ej., el de los nacional socialistas- es históricamente posterior al odio basado en sinrazones religiosas. Hoy existe un antisemitismo político, que se manifiesta en el odio a Israel, a los sionistas o a los políticos judíos que intentan hacer política en sus respectivos países y a quienes se acusa con frecuencia, de representar intereses foráneos o financieros, internacionales o extranjeros. Es una de las teorías de la conspiración más frecuente en nuestro tiempo.
Tarabas había sido nombrado capitán durante la Guerra (durante lo que hoy llamamos I Guerra Mundial). Un hombre fuerte que dirige a los suyos con mano de hierro. Que mata y hace matar. De alguna manera, no quiere aceptar que la guerra ha terminado, que la revolución ha triunfado y que él ya puede volver a su casa. En realidad, no puede volver, porque se aprovechó sexualmente de su prima Maria y su papá le advirtió que, si volvía con vida de la guerra, se tenía que casar con ella.
Su superior inmediato, el general Lakubait, es el abogado del papá de Tarabas. Lakubait -que lo reconoce de inmediato, a diferencia de su propio padre- le da el encargo de seguir en la ciudad donde estaba al término de la guerra, en Koropta y de tomar el mando de la misma con su tropa. Lakubait le instruye para que se deshaga de los soldados no confiables. Esto lo quiere hacer Tarabas, emborrachándolos…
Su ayudante Konzew es, en realidad -el único en que el coronel Tarabas confía- es encargado de dar cerveza y otras bebidas alcohólicas en abundancia, a la tropa, dentro del cuartel. Algunos de los soldados, borrachos, deciden desertar y salen del cuartel rumbo a la ciudad misma. Los desertores son aquellos soldados en quienes “no se puede confiar”.
En la ciudad, entran a la posada-restaurant-hotel de un judío llamando Nathan Kristianpoller. Allí se encuentran con otros militares que no han desertado; pero que saben de la deserción y que no hacen nada, esperando que vengan las tropas de Tarabas a arrestarlos (sólo supongo que a arrestarlos). Los dos grupos comienzan a beber juntos y siguen emborrachándose.
El dueño de la posada es el judío Nathan Kristianpoller, una especie de puente entre los judíos y los cristianos. Estaba muy feliz ese día viernes, ya que pensaba que había vuelto la paz a su ciudad, que la guerra se había acabado. Ese viernes habían regresado los campesinos a Koropta y había tenido lugar -por primera vez, después de la guerra- el llamado mercado de los cerdos.
En él, los campesinos vendían sus productos y compraban los que les vendían los judíos. Además, acudían a la posada de Kristianpoller, quien se preparaba para celebrar el sábado (Sabbat o Schabbat). Quiere escribir una carta a su familia para que regrese a Koropta, ya que se habían refugiado en la localidad de los abuelos, Kyrbitki, huyendo de la guerra. El posadero judío es un buen marido, un hombre bueno y un buen padre de familia, todo lo contrario de Tarabas[4].
En la posada de Nathan Kristianpoller, se reúnen algunos pocos militares que no han desertado y los desertores. Los primeros prestan a los segundos sus armas y comienzan un peligroso juego. Ambos grupos comienzan a disparar (a jugar a la puntería, diríamos hoy). Kristianpoller escucha los disparos, siente un muy mal presagio y huye raudamente por la ventana, escondiéndose en la casa -que estaba a oscuras- del fabricante de cristales, que se igualmente se preparaba para celebrar el sábado.
Uno de los desertores, Ramsin, probablemente ucraniano, toma un trozo de tiza y comienza a dibujar en la pared azul de la posada de Kristianpoller. Dibuja animales, después soldados de diferentes países y luego mujeres. Desnudas o semidesnudas. Los demás se paran detrás de él a observarlo. Quieren que se detenga y que no dibuje a las mujeres; pero al mismo tiempo, quieren que las dibuje. Me imagino que es como una forma de pornografía de principios de siglo 20.
Una vez dibujadas, los soldados y los desertores comienzan a disparar a las figuras con sus pistolas. Ramsin dispara bien; pero los demás no logran dar en el blanco. Dicen que hay un embrujo sobre la pared. Yo diría que estaban demasiado borrachos. Pero claro, ellos creen en los embrujos y en los sortilegios, en las maldiciones y en la magia.
De pronto, la pared donde estaban los dibujos sensuales de las mujeres y donde habían comenzado a disparar con sus rifles, se cae y surge algo que a los soldados les parece que es una imagen de la Virgen María. De piel muy clara y pelo muy negro, coronado con una diadema. Mira con cara amable, pero casi llorando. Típica imagen mariana centro-europea, diría yo. Nada de alegría, más que nada, sufrimiento. Su pecho no se ve, pero los soldados se lo imaginan.
Los soldados y los desertores caen de rodillas ante la imagen. Sienten que alguien los empuja hacia abajo. Asimismo, cuando caen de rodillas, tienen la impresión de levitar. Se acercan a la imagen, de rodillas o totalmente postrados en el suelo. La tratan de tocar. Es el atardecer y la imagen se desvanece lentamente, al tiempo que cae la noche. Quieren tocarla antes que desaparezca -temen- en la negrura de la noche.
Alguien entona una canción que todos conocen en esa región, por siglos, profundamente cristiana: “María, tú eres dulce”. Todos comiemzan a cantar. Terminan con esa canción y siguen con otras canciones marianas.
Los campesinos, al ver la imagen, deciden no regresar a sus casas, ubicadas en los pueblos vecinos a Koropta, sino pasar la noche cerca de la imagen descubierta. Entran a la posada, sueltan a sus caballos, se santiguan, alaban a Dios y se llenan de odio contra los judíos. Como si el amor y el odio no fueran antípodas irreconciliables e incompatibles. Parece que recordaran -se los imaginan- los sacrilegios del judío Kristianpoller contra la imagen de la Virgen, contra la Iglesia. Todos los oprobios de todos los judíos contra la Iglesia… Etcétera.
Ramsin -convertido en un líder diabólico- les grita que la posada antes debe haber sido una iglesia y que el judío Kristianpoller tapó -con su cal azulada- la imagen de la Virgen para convertir el templo en un negocio[5]. La ira -no sentida así desde que eran niños- se adueña de ellos. La sangre mezclada con alcohol, con mucho alcohol, hierbe en sus venas. Vociferan contra Kristianpoller y comienzan a buscarlo. Parece que todos los horrores de la guerra no fueran nada en comparación con el supuesto sacrilegio judío. El odio se apodera de soldados y de campesinos. El odio que alimenta las ansias de venganza. Parece que el odio contra los judíos, tapara toda la culpa propia. Alcohol, venganza, odio e ignorancia siempre han ido juntos…
Buscan a Kristianpoller detrás de la taberna, del mostrador, en las habitaciones de los oficiales (Tarabas era uno de los que vivía en la posada), dan vuelta las camas, abren roperos y baúles… Como no lo encuentran en la posada, los soldados van al barrio judío. Los campesinos, armados con mazos, guadañas, fustas, con hoces y cuchillos. Sus herramientas de trabajo convertidas por el odio en instrumentos de venganza y destrucción. Los soldados y los desertores tienen las armas de la guerra.
Vestidos con su ropa de fiesta, con sus caftanes, judíos hombres -ancianos, tullidos, mutilados- venían saliendo de su casa de oración (era viernes en la tarde). Qué contraste el de hombres sanos, fuertes, jóvenes y armados, frente a un grupo de ancianos y lisiados judíos que no se podían defender. ¡Qué desigualdad! Con la poca luz de las lámparas de petróleo, los atacantes veían en el grupo de desvalidos judíos y descendientes del demonio.
El líder de los campesinos era un tal Pasternak, campesino más rico que los demás. Él y Ramsin comenzaron a dar latigazos a los judíos. Una vez reunidos en el centro de la calle, les ordenaron ir a la posada. Allí, los obligaron a arrodillarse ante la supuesta imagen y rezar. Los escupieron y golpearon sin piedad. Su saliva quedó brillando sobre la ropa negra de los judíos. Los judíos tienen que cantar en honor de la Virgen María. Una especie de desagravio por el sacrilegio que habría cometido Kristianpoller al desacralizar la iglesia, la supuesta iglesia convertida en posada.
Los judíos tenían que cantar algo que era teóricamente el Ave María. Ramsin -el desertor convertido en líder- los obligó a postrarse sobre la tierra. Les dice que los van a llevar a sus casas, así que se tienen que levantar. Acosados por soldados, desertores y campesinos que los golpean sin piedad, la masa de judíos indefensos abandona la posada en dirección al barrio judío. Custodiado por la turbamulta enardecida que los sigue golpeando y escupiendo.
Ya en el barrio judío, la turba ordena apagar la pequeña luz de las casas judías y luego volverla a encender, ya que a los judíos les estaba prohibido volver a encender la luz por ser día sábado, de descanso. Algunos campesinos sacaron las velas de los candelabros y encendieron con ellas todos los textiles que se le pasaron por delante.
Mujeres, niños, ancianos y hombres salen huyendo, pero no pueden ir muy lejos. Son golpeados por los soldados, desertores y campesinos. Los niños y las mujeres gritan y lloran, clamando el nombre de sus maridos. Lo que hacía que soldados y campesinos se rieran a carcajadas. Gritaban: ¿¡Dónde está Kristianpoller!? Los judíos respondían que no lo sabían.
En eso, un soldado con un cuerpo muy grande y fuerte; pero una cabeza tan chica como una nuez, atraído por una bella y joven mujer judía, gritó ¡Esta es la mujer del canalla Kristianpoller! Lo que, evidentemente, era falso; pero daba lo mismo. Alzó un mazo corto de madera y golpeó la cabeza de la joven. Su velo o pañuelo de cabeza blanco quedó lleno de sangre.
La sangre fue una especie de detonante que despertó los deseos imparables de dar golpes, de patear, de herir, de ver más sangre. Soldados y campesinos comenzaron a golpear a cuanto judío había a su alrededor. Daba lo mismo si eran niños, mujeres, ancianos, sanos o enfermos, los atacantes querían ver sangre, cataratas rojas salían de los cuerpos.
Tarabas estaba terriblemente borracho, por eso, no capta nada cuando le van a avisar al cuartel lo que pasa en la ciudad. Konzew sale con un grupo de soldados e intenta poner orden, en distintos idiomas. Pero es asesinado con el cuchillo de un campesino por Ramsin, el cabecilla de los desertores. El fiel soldado ruso que había peleado valientemente contra alemanes y austriacos es asesinado por un desertor con un cuchillo, en un pogromo.
A todo esto, ya ardían algunas casas de los judíos a ambos lados de la calle. Un soldado hizo una amtorcha con un palo y un pedazo de género (un mantel que había sacado de alguna casa judía). Lo untó en una de las lámparas de petróleo y con él, encendió los tejados de madera de las casas pobres.
El espectáculo de las llamas debe haber sido impresionante, ya que campesinos y soldados cesaron de golpear a los judíos y miraban ensimismados el fuego. Incluso comenzaron a consolar a los judíos y a mostrarles sus propias heridas… Mira, mira las llamas, les ordenaban. Pero ellos sólo veían sus casas destruídas. Los judíos de Koropota -como tantos otros judíos en la historia- no podían entender por qué Dios los castigaba de nuevo. Había muerto el zar y había muerto el faraón; pero a ellos, los seguían castigando los nuevos detentadores del poder.
Finalmente, las balas despiertan a Tarabas, quien sube a su caballo e intenta poner orden e impedir que prosiga el pogromo. Los campesinos abandonan rápidamente la ciudad en dirección a los pueblos cercanos y los desertores huyen. Tarabas ordena a los judíos regresar a las casas que aún no fueron destruidas por el fuego y permanecer dentro de ellas. Pone guardias que las protegen.
El alcohol, el milagro, los cantos, las velas, los rezos, la religión, el deseo, el sexo… Todo ello había movido a la turbamulta ignorante, estúpida y llena de odio a iniciar -una vez más en la historia- un progromo. Otro más. Si alguien se pregunta cómo y qué lleva a tanta gente a participar en sucesos tan irracionales como un progromo, a adherir a algo tan demencial como el antisemitismo, me parece que, para entenderlo, puede servir este relato de Joseph Roth. De alguna manera, toda forma de antisemitismo es un pogromo en cuotas. Y cada pogromo que ha ocurrido en la historia, es una especie de ensayo del Holocausto. Que no se repita.
[1] Original: Tarabas. Ein Gast auf dieser Erde, publicado en un diario antifascista de París, entre enero y marzo de 1934. Y ese mismo año en Amsterdam. Roth había emigado a Francia en enero de 1933. Para variar, no hay artículo en castellano en Wikipedia.
[2] Heinrich August Winkler habla de la formación de Occidente y su delimitación frente a Oriente, bajo la influencia de la Iglesia occidental, frente a la Oriental.
[3] De acuerdo a Adam Krzeminski en diálogo con Heinrich August Winkler. Ver película en youtube Salon InMItte 13 02 2015 Lo confirma Wikipedia: Grenze
[4] Katharina Ochse: Joseph Roths Auseinandersetzung mit dem Antisemitismus, pág 191 y siguientes.
[5] En otra de sus obras, Roth cuenta que la posada “El águila blanca” había estado durante más de 150 años en la familia de Kristianpoller.